El aire que respiramos, el agua que bebemos, la tierra que nos alimenta… nuestro planeta nos da la vida. Y, sin embargo, seguimos alimentando una Crisis Climática que amenaza con arrebatarnos todo. Si queremos un futuro habitable, debemos luchar por él. Y una batalla que podemos librar, una que se libra en el terreno de lo cotidiano, es la lucha contra la publicidad que promueve el consumo excesivo de combustibles fósiles.
En un mundo saturado de mensajes comerciales, es fácil olvidar el poder que tiene la publicidad. Nos bombardean con imágenes de coches relucientes que devoran kilómetros, de viajes en avión a destinos exóticos, de un estilo de vida que se alimenta de la quema indiscriminada de combustibles fósiles. Estos anuncios no solo venden productos, venden una idea, un ideal de vida que nos empuja hacia el abismo climático.
Pero algo está cambiando. Un viento de cambio sopla desde ciudades pioneras que han decidido plantarle cara a esta avalancha publicitaria. Montreal, Estocolmo, Edimburgo, Ámsterdam… cada vez son más las urbes que se suman a la prohibición de anuncios que promueven el uso de combustibles fósiles, siguiendo el ejemplo de las exitosas campañas contra la publicidad del tabaco.
Y es que, si lo pensamos bien, ¿qué diferencia hay entre un anuncio que nos incita a fumar y otro que nos empuja a consumir un producto que daña nuestro planeta? Ambos nos venden una ilusión a costa de nuestra salud, ya sea individual o colectiva.
La lógica detrás de estas prohibiciones es aplastante. Está perfectamente demostrado que la publicidad influye en el comportamiento del consumidor. A mayor publicidad, mayores ventas. Las empresas lo saben y lo explotan al máximo. No les importa el coste ecológico de sus productos, solo les interesa vender. Y para eso utilizan todo tipo de estrategias, incluyendo el “greenwashing”, ese lavado de cara verde que intenta convencernos de que sus productos son respetuosos con el medio ambiente, cuando en realidad no lo son.

Imaginar un paseo por la ciudad sin la omnipresente publicidad de coches SUV de elevado consumo, de cruceros contaminantes o de aerolíneas que nos invitan a quemar queroseno para llegar a la otra punta del mundo. En lugar de eso, imaginar anuncios que promuevan el transporte público, la bicicleta, el consumo responsable, el turismo local y sostenible. Imaginar una ciudad donde la publicidad, en lugar de incitarnos al consumo desmedido, nos inspire a vivir de una forma más consciente y respetuosa con el planeta.
La prohibición de la publicidad de combustibles fósiles es una medida sencilla pero poderosa. No resuelve por sí sola la Crisis Climática, pero es un paso importante en la dirección correcta de mentalizar a los ciudadanos. Es una forma de limpiar el aire, no solo en términos de contaminación atmosférica, sino también en términos de contaminación visual y mental. Es una forma de recuperar el espacio público y llenarlo de mensajes que promuevan un futuro sostenible.
Además de las prohibiciones publicitarias, existen otras iniciativas complementarias que pueden contribuir a reducir el consumo de combustibles fósiles, como la implementación de impuestos “especiales” a productos particularmente contaminantes. El ejemplo de París con los SUV es ilustrativo. Gravar con impuestos más elevados a los vehículos más grandes y contaminantes desincentiva su compra y promueve la elección de alternativas más sostenibles.
El éxito de la prohibición de los anuncios de tabaco nos da esperanza. Hace unas décadas, era impensable que se pudiera restringir la publicidad de un producto tan extendido. Hoy, gracias a la presión social y a la evidencia científica, la publicidad del tabaco está prohibida o severamente restringida en la mayoría de los países. Este precedente nos demuestra que el cambio es posible.
La lucha contra la Crisis Climática requiere un esfuerzo colectivo. Necesitamos que los gobiernos ( a todos los niveles ) implementen políticas ambiciosas, que las empresas asuman su responsabilidad y que los ciudadanos cambiemos nuestros hábitos de consumo. Prohibir la publicidad de combustibles fósiles es una pieza más de este complejo puzzle. Es una medida que está al alcance de las ciudades y que puede tener un impacto significativo en la forma en que consumimos y nos relacionamos con el planeta.
Solo nos resta esperar que esta iniciativa se extienda como la pólvora, que cada vez más ciudades se sumen a esta ola de cambio y que pronto podamos respirar un aire más limpio, libre de la publicidad tóxica que nos empuja hacia el precipicio climático. El futuro de nuestro planeta depende de ello.