En el circo mediático que rodea a la Inteligencia Artificial (IA), una afirmación resuena con especial fuerza en diversos foros: la IA puede solucionar la crisis climática. Esta idea, repetida con entusiasmo por algunos, especialmente por aquellos que venden las bondades de esta tecnología, resulta un espejismo peligroso. Si bien la IA puede ser una herramienta útil, presentarla como la solución mágica a nuestros problemas ambientales es, cuando menos, ingenuo y, en el peor de los casos, una cortina de humo para ocultar la inacción real.
Recientemente, Sam Altman, CEO de OpenAI, se sumaba a esta narrativa prometiendo una ola de prosperidad impulsada por la IA, incluyendo la solución al cambio climático. Aunque entiendo el afán de vender su producto, resulta preocupante que este discurso se replique sin el contrapunto crítico que merece. La prensa y la sociedad en general no deberían caer en la trampa de la simplificación. La crisis climática es un desafío complejo y multifacético, y reducirlo a un problema que la IA puede resolver con un algoritmo es una falacia.
Si bien es cierto que la IA puede aportar herramientas valiosas para analizar datos climáticos, optimizar la eficiencia energética o desarrollar energías renovables, no olvidemos que la raíz del problema reside en nuestro modelo de producción y consumo. La obsesión por el crecimiento económico ilimitado, la dependencia de los combustibles fósiles y la falta de voluntad política para implementar cambios estructurales son los verdaderos obstáculos a superar.
Resulta paradójico que, mientras se ensalza el potencial de la IA para salvar el planeta, las mismas empresas que la desarrollan –Microsoft, Google, etc.– anuncien un aumento considerable en su consumo energético. La voracidad de la IA por la electricidad es un hecho, tanto que algunas ya buscan en la energía nuclear una alternativa para alimentar sus centros de datos. ¿No es contradictorio que la panacea climática esté alimentando la crisis que pretende resolver?
Mientras tanto, seguimos subsidiando los combustibles fósiles, incentivando el transporte contaminante y postergando las decisiones difíciles que implican un cambio real en nuestro estilo de vida. Los líderes políticos, con la vista puesta en las próximas elecciones, evitan las medidas impopulares que, aunque necesarias para frenar la crisis climática, podrían afectar su base electoral.
Es innegable que el aumento en la generación de energía solar y eólica es un avance positivo. Sin embargo, la realidad es que estos avances son insuficientes si no van acompañados de una transformación profunda de nuestro modelo económico y social. La IA puede ser un instrumento útil en esta transición, pero no puede sustituir la voluntad política, la responsabilidad individual y la justicia social, elementos imprescindibles para construir un futuro sostenible.
En definitiva, no nos dejemos engañar por cantos de sirena tecnológicos. La IA no va a resolver la crisis climática por arte de magia. La solución reside en nuestra capacidad para replantear nuestro lugar en el mundo, en adoptar un modelo de desarrollo sostenible y en exigir a nuestros líderes acciones valientes y decididas. La tecnología puede ser una aliada, pero la verdadera transformación depende de nosotros.