En la interminable batalla contra el cambio climático, cualquier avance, por pequeño que parezca, es una bocanada de aire fresco. Si bien la prioridad absoluta sigue siendo la reducción drástica de las emisiones de CO2, la realidad es que ya hemos liberado una cantidad ingente a la atmósfera, y lamentablemente, seguimos haciéndolo. Por ello, la investigación en métodos de captura y eliminación de CO2 se ha convertido en un campo crucial. Absorción por árboles, océanos, y ahora… ¿marcos orgánicos covalentes?
Recientemente, un estudio publicado en la prestigiosa revista Nature por investigadores de la Universidad de Berkeley ha captado mi atención. Describen un nuevo material, los llamados marcos orgánicos covalentes ( covalent organic frameworks COFs, por sus siglas en inglés), con una capacidad sorprendente para absorber CO2 del aire. Según sus hallazgos, tan solo 200 gramos de este material podrían capturar hasta 20 kilos de carbono al año, ¡equivalente a la absorción de un árbol!
Esta noticia, sin duda, es impactante. Viniendo del rigor científico de una publicación en Nature, asumo su veracidad, pues considero que un investigador no arriesgaría su reputación publicando resultados sin una sólida base experimental. Además, el estudio va más allá: uno de los investigadores sugiere que, optimizando el tamaño de los poros del material, se podría duplicar su capacidad de absorción. ¡Imaginar el potencial!
La idea de un material capaz de “aspirar” el CO2 del aire, como una especie de esponja molecular, es fascinante. Abre un abanico de posibilidades para mitigar el impacto del cambio climático. Podríamos imaginar, en un futuro, sistemas de filtrado de aire a gran escala, incorporando este material en edificios, infraestructuras, e incluso en vehículos.
Sin embargo, y aquí viene la dosis de realismo que siempre intento aportar, la tecnología por sí sola no nos salvará. Debemos ser cautelosos y evitar caer en la trampa de la “solución tecnológica mágica”. Si bien este avance es prometedor, no podemos permitir que nos distraiga de la verdadera prioridad: dejar de contaminar.
La lucha contra el cambio climático es una carrera contrarreloj, y cada gramo de CO2 que evitamos emitir es una pequeña victoria. Necesitamos una transformación radical en nuestra forma de vida, en nuestros sistemas de producción y consumo. Debemos hacer una transición rápida hacia una economía baja en carbono, impulsando las energías renovables, la eficiencia energética y la movilidad sostenible.
El problema con los avances tecnológicos como este de los COFs es que, en ocasiones, pueden generar una falsa sensación de seguridad, una especie de “ya lo solucionaremos después”. Corremos el riesgo de postergar las acciones urgentes que necesitamos implementar ahora mismo, confiando en que la tecnología nos rescatará en el futuro.
Otro aspecto crucial a considerar es el coste. Si bien el estudio no profundiza en este punto, es lógico asumir que la producción a gran escala de este nuevo material conllevará una inversión significativa. ¿Será económicamente viable? ¿Quién asumirá los costes? Estas son preguntas que debemos plantearnos desde el principio, pero no son las más importantes.
No podemos olvidar la injusticia inherente a la crisis climática. Mientras que los países desarrollados, principales responsables de las emisiones históricas, invierten en investigación y desarrollo de nuevas tecnologías, son las poblaciones más vulnerables, en países en desarrollo, las que sufren las consecuencias más devastadoras del calentamiento global. Sequías, inundaciones, desplazamientos forzados… la factura la pagan quienes menos han contribuido al problema.
Este nuevo material, los COFs, representa un rayo de esperanza en la lucha contra el cambio climático. Pero la esperanza no es suficiente. Necesitamos acción. Necesitamos un compromiso global, real y efectivo, para reducir las emisiones, cambiar urgentemente hacia un modelo sostenible y apoyar a las comunidades más afectadas.
La sensibilización ciudadana es fundamental. Debemos exigir a nuestros gobiernos y a las empresas que asuman su responsabilidad. Debemos informarnos, educarnos y participar activamente en la búsqueda de soluciones. El futuro del planeta, y de las generaciones venideras, está en juego. No podemos permitirnos la indiferencia. La vida, como bien decimos, es a veces injusta, pero no podemos permitir que la inacción agrave aún más esa injusticia.
Y la pregunta que siempre me surge en estos caso es: ¿ Lo haremos ?