Vivimos en una época de paradojas. Nos fascinamos con la exploración espacial mientras ignoramos un problema acuciante aquí en la Tierra: la crisis del agua. Sí, habeis leído bien. Mientras algunos buscan indicios de vida en Marte, millones de personas en nuestro propio planeta luchan cada día por acceder a un recurso tan básico como el agua potable.
Salvo honrosas excepciones, el tema no ocupa portadas ni acapara titulares. Sin embargo, la Global Commission on the Economics of Water , una de esas voces que claman en el desierto, nos advierte en su último informe sobre la gravedad del problema. La crisis climática, con su cohorte de sequías e imprevisibilidad meteorológica, está a punto de convertir la escasez de agua en una realidad cotidiana para la mitad de la población mundial en tan solo 25 años. Una generación. Un suspiro en términos históricos.
Las consecuencias de esta realidad inminente pueden ser escalofriantes. La producción de alimentos, base de nuestra supervivencia, se verá gravemente amenazada, abriendo la puerta a hambrunas, migraciones masivas y conflictos geopolíticos por el control de este recurso cada vez más escaso.
Y por si fuera poco, la demanda de agua no deja de crecer. Se estima que en la próxima década, la sed del planeta aumentará en un 40%.
¿Vemos el problema? Dos fuerzas opuestas, una demanda creciente y una oferta menguante, que están abocadas a un choque frontal. La Comisión no puede ser más clara: estamos subestimando la magnitud del problema. Los gobiernos hacen oídos sordos, más preocupados por las próximas elecciones que por las próximas generaciones. Se limitan a patear la pelota hacia adelante, esperando que sean otros quienes lidien con este complicado rompecabezas en el futuro.
La triste realidad es que, a pesar de que nuestra propia existencia depende del agua, en el mundo desarrollado la damos por sentada. Abrimos el grifo y fluye, casi por arte de magia. Pero esa comodidad no es más que una ilusión, una burbuja privilegiada que nos impide ver la cruda realidad de millones de personas. Mientras nosotros desperdiciamos litros sin remordimiento, en países en desarrollo, la falta de acceso a agua potable se cobra la vida de 1.000 niños cada día.
La situación empeora con el paso del tiempo y el innegable avance del calentamiento global. Los expertos llevan años alertando, pero seguimos instalados en la inacción. ¿Hasta cuándo? ¿Hasta que la crisis sea irreversible? ¿Hasta que el coste de la solución sea exorbitante?
Somos una especie miope, cegada por la comodidad y la indiferencia. La crisis del agua no es un problema del futuro, es uno de los retos más urgentes al que nos enfrentamos como civilización. No podemos permitirnos seguir ignorándolo.
Es hora de exigir a nuestros líderes que tomen medidas drásticas, que inviertan en infraestructuras sostenibles, que promuevan el consumo responsable y que, de una vez por todas, pongan el foco en la crisis olvidada: la del agua que se nos escapa de las manos.
¿ Lo haremos ? Permitirme que lo dude. Somos así de miopes y egoístas.