A todas las empresas les gusta declararse “sostenibles” y hacer declaraciones en ese sentido. Hace ya tiempo la industria aeronáutica declaró que generaría cero emisiones en el año 2050, y algunas empresas como Air New Zealand  anticipó que para el año 2030 reduciría sus emisiones en un 30 %.

El año 2030 ya está un poco más cerca, y las empresas tienen claro que no van a cumplir con los compromisos adquiridos. Y creo que Air New Zealand ha tenido el valor de ser una de las primeras en reconocerlo, y declarar que no va a cumplir con sus objetivos del año 2030, y aporta sus razones.

Este anuncio, aunque doloroso para la imagen de la empresa, sirve como una necesaria llamada de atención para toda la industria aeronáutica y nos obliga a cuestionar la viabilidad de las promesas climáticas en un sector tan dependiente de los combustibles fósiles.

Air New Zealand no está sola en su lucha por conciliar el crecimiento económico con la responsabilidad ambiental. Numerosas empresas en la industria aeronáutica, e incluso fuera de ella, se han subido a la ola de la sostenibilidad, prometiendo reducir drásticamente sus emisiones en plazos que, a la luz de la realidad tecnológica y económica actual, parecen cada vez más optimistas.

Esta tendencia a establecer metas ambiciosas sin planes concretos y viables ha sido bautizada como   “greenwashing”  , y la confesión de Air New Zealand podría ser el primer síntoma de una epidemia de promesas climáticas incumplidas.

Las razones que esgrime la aerolínea para justificar su incapacidad para alcanzar su objetivo del 30% de reducción para 2030 son dos y muy claras. En primer lugar, la falta de disponibilidad a corto plazo de aviones menos contaminantes ilustra la brecha existente entre la ambición y la realidad tecnológica. Si bien es cierto que se están desarrollando nuevas tecnologías, como la propulsión eléctrica e híbrida, su aplicación a gran escala, especialmente en vuelos de larga distancia, todavía está muy lejos de ser una realidad comercialmente viable. Diseñar, probar y producir aeronaves a la escala que demanda el transporte aéreo global requiere de tiempo, inversión e infraestructura, factores que no pueden acelerarse por arte de magia, incluso con la presión de la crisis climática.

En segundo lugar, la escasez de combustible de aviación sostenible (SAF), la alternativa más prometedora al kerosene en el corto plazo, presenta otro obstáculo mayúsculo. A pesar de su potencial para reducir significativamente las emisiones, la producción de SAF se encuentra en pañales, limitada por factores como el costo de producción, la disponibilidad de materias primas sostenibles y la falta de inversión a gran escala.

La falta de combustible SAF no es ninguna sorpresa, pues nunca lo ha habido. Solo se ha producido en muy pequeñas cantidades para hacer algunos tipos de pruebas. Y así va a seguir por mucho tiempo.

Este escenario plantea interrogantes incómodas sobre la viabilidad de la meta más ambiciosa de la industria aeronáutica de alcanzar las cero emisiones netas para el año 2050. Si ya en 2024 se reconoce la dificultad de cumplir con objetivos menos ambiciosos para 2030, ¿cómo se pretende alcanzar la neutralidad de carbono en un plazo tan corto? La respuesta, como suele suceder en estos casos, es compleja y requiere un enfoque multidimensional.

En primer lugar, es necesario un cambio radical en la inversión y la innovación tecnológica. Los gobiernos y las empresas deben trabajar en conjunto para impulsar el desarrollo de nuevas tecnologías de propulsión, como el hidrógeno verde o la electrificación, y acelerar la producción a gran escala de SAF. Esto implica no solo destinar más recursos económicos, sino también crear incentivos y marcos regulatorios que favorezcan la adopción de estas alternativas.

En segundo lugar, se debe replantear la dependencia actual del transporte aéreo. Si bien es cierto que la aviación juega un papel crucial en la economía global y la conectividad humana, es necesario fomentar alternativas más sostenibles para viajes de corta y media distancia, como puede ser el tren. En especial para viajes cortos en avión de menos de 2 horas.

Finalmente, se requiere un cambio cultural que promueva la consciencia ambiental y la responsabilidad individual en materia de viajes. Esto implica replantear la cultura del “low cost” y el consumo excesivo de vuelos, optando por viajar menos y mejor, priorizando destinos cercanos y medios de transporte más sostenibles, que los hay.

Como el año 2050 está aún bastante lejano, el mundo aeronáutico no dice nada respecto a cumplir o no cumplir con sus objetivos de cero emisiones, aunque todos tienen muy claro que no los van a cumplir.  Pues no se ve una alternativa real al keroseno con las cantidades de combustible que se necesitan, en especial para los grandes aviones.

La confesión de Air New Zealand, aunque puede parecer aparentemente negativa, es valiente y puede tener un impacto positivo si sirve como un catalizador para la acción. En lugar de caer en la crítica fácil o el pesimismo, es necesario aprovechar este llamado de atención para exigir a la industria, a los gobiernos y a nosotros mismos un compromiso real y efectivo con la sostenibilidad. El futuro de la aviación, y del planeta, depende de nuestra capacidad para actuar con determinación y responsabilidad.

¿ Lo haremos ? Permitirme que lo dude.

Amador Palacios

Por Amador Palacios

Reflexiones de Amador Palacios sobre temas de Actualidad Social y Tecnológica; otras opiniones diferentes a la mía son bienvenidas

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