Las imágenes son idílicas: piscinas infinitas, toboganes vertiginosos, cenas de gala y amaneceres sobre un mar cristalino. Los cruceros se venden como la quintaesencia del relax y la aventura, una experiencia vacacional inigualable. Y cada vez más gente se deja seducir por su canto de sirena. Pero, ¿a qué precio?

Mientras la industria del crucero celebra la construcción de barcos cada vez más grandes, como auténticas ciudades flotantes con miles de pasajeros, una oscura nube de contaminación se cierne sobre este paraíso artificial. Y lo más preocupante es que casi nadie parece darse cuenta, o al menos, nadie habla de ello.

Es un hecho innegable: los cruceros son la actividad turística más contaminante. Un solo pasajero en un crucero genera más del doble de emisiones que un viajero en avión que se aloja en un hotel. Imaginen la huella ecológica de un barco con 5.000, 7.000 o incluso más pasajeros, navegando día y noche, quemando combustible sucio y vertiendo residuos al mar.

Y a pesar de estas cifras alarmantes, la industria del crucero sigue en auge, representando cerca del 4% del mercado vacacional global. ¿Cómo es posible que algo tan contaminante sea tan popular, y que al mismo tiempo se hable tan poco de su impacto ambiental?

Una de las claves de esta «invisibilidad» reside en la compleja regulación del sector. Al operar en aguas internacionales y atracar en puertos de diferentes países, los cruceros se mueven en un limbo legal que les permite esquivar normativas ambientales más estrictas.

Es como si tuvieran una licencia para contaminar, un pase VIP para el deterioro del planeta. Mientras los coches se ven obligados a reducir sus emisiones y las industrias en tierra se enfrentan a controles cada vez más rigurosos, estos gigantes marinos parecen operar con impunidad. ¿Dónde está la justicia climática en esta ecuación?

La opacidad en la gestión de residuos también contribuye al problema. Aunque las compañías de cruceros suelen presumir de sus sistemas de tratamiento de aguas residuales y reciclaje, la realidad es mucho más turbia. Las denuncias de vertidos ilegales son frecuentes, y la falta de transparencia impide una evaluación real del impacto ambiental de estas prácticas. ¿Qué se esconde bajo la superficie de ese mar azul turquesa que tanto nos atrae en los folletos publicitarios?

Otro factor determinante es la falta de concienciación pública. La publicidad de los cruceros se centra en la experiencia a bordo, en el lujo y la diversión, obviando por completo la cara oscura de la moneda. Y los medios de comunicación, en general, tampoco dedican suficiente atención a este tema.

Mientras que las emisiones de la aviación o la contaminación de las ciudades ocupan portadas y generan debates, la huella ecológica de los cruceros permanece en la sombra. ¿Será que nos resulta más fácil ignorar un problema que afecta a un sector asociado al ocio y al disfrute?

La industria, por su parte, se escuda en promesas vagas de sostenibilidad a largo plazo. Hablan de barcos propulsados por gas natural licuado (GNL), de tecnologías innovadoras y de un futuro «cero emisiones» para 2050. Pero, ¿qué pasa mientras tanto? Fijar objetivos a décadas vista sin establecer metas intermedias y mecanismos de control concretos no es más que una cortina de humo.

Es como decir: «Contaminaremos a nuestras anchas durante los próximos 25 años, y ya veremos qué pasa después». Este tipo de compromisos, sin un plan de acción claro y conciso, son un insulto a la inteligencia y una burla a la urgencia climática que nos afecta a todos.

La situación es aún más absurda si consideramos que estamos subvencionando, directa o indirectamente, el combustible contaminante que utilizan estos barcos. Mientras se recorta en investigación y desarrollo de energías renovables, seguimos financiando una industria que contribuye al calentamiento global y a la destrucción de los ecosistemas marinos. ¿No es hora de replantearnos nuestras prioridades?

Se puede ver un video muy interesante de The Guardian en: https://youtu.be/EZlgM_u4Ghg

Los cruceros no son un servicio esencial. Son un lujo, un capricho. Y como tal, deberían estar sujetos a las más estrictas normas ambientales. No podemos seguir mirando hacia otro lado mientras estas ciudades flotantes surcan los mares dejando tras de sí una estela de contaminación. Es hora de exigir transparencia, responsabilidad y un cambio real en la industria del crucero. Nuestro planeta no puede permitirse el lujo de seguir ignorando este problema.

Y eso ¿ cuando se hará?

Amador Palacios

Por Amador Palacios

Reflexiones de Amador Palacios sobre temas de Actualidad Social y Tecnológica; otras opiniones diferentes a la mía son bienvenidas

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