A lo largo de la historia, la humanidad ha luchado contra ideas preconcebidas que se resistían a la evidencia científica. Recordamos la resistencia a aceptar que la Tierra gira alrededor del Sol, o la controversia que generó la teoría de la evolución de Darwin.
Hoy, sin embargo, nos enfrentamos a una paradoja: en la era de la información, donde el conocimiento científico es más accesible que nunca, asistimos a un resurgimiento de teorías negacionistas que rechazan hechos probados, especialmente en lo referente al Cambio Climático. Y lo más preocupante es que esta negación, a menudo impulsada por intereses políticos y económicos, pone en peligro el futuro de nuestro planeta.
El Cambio Climático es una realidad innegable. El año 2024 ha registrado temperaturas récord, confirmando la tendencia al calentamiento global acelerado por la actividad humana, principalmente por el uso de combustibles fósiles durante más de un siglo. La comunidad científica, a través del Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC), ha aportado evidencias abrumadoras que demuestran la relación causa-efecto entre las emisiones de gases de efecto invernadero y el aumento de la temperatura global.
Los efectos de este cambio ya son visibles: deshielo de glaciares, aumento del nivel del mar, eventos climáticos extremos más frecuentes e intensos (olas de calor, sequías, inundaciones, incendios forestales), alteraciones en los ecosistemas, y un largo etcétera que amenaza la estabilidad de nuestro planeta y la vida tal como la conocemos.

Sin embargo, a pesar de la contundencia de la evidencia científica, persisten voces negacionistas que cuestionan el origen antropogénico del cambio climático. Sus argumentos, a menudo falaces y sin base científica, se basan en la desconfianza hacia la ciencia, en teorías conspirativas, y en la manipulación de datos. Algunos argumentan que el clima siempre ha cambiado, lo cual es cierto, pero obvian la velocidad sin precedentes a la que se está produciendo el cambio actual, impulsado por la actividad humana.
Otros señalan a científicos disidentes, a menudo sin la experiencia necesaria en climatología, para sembrar la duda y la confusión. En el fondo, estas estrategias negacionistas buscan mantener el status quo, proteger intereses económicos ligados a los combustibles fósiles, y retrasar la adopción de medidas urgentes para mitigar el Cambio Climático.
La desinformación campa a sus anchas en las redes sociales, amplificada por algoritmos que priorizan la viralidad sobre la veracidad. Grupos de presión con fuertes recursos económicos financian campañas de desinformación para sembrar la duda y la confusión en la opinión pública, presentando el Cambio Climático como una teoría controvertida en lugar de un hecho científico comprobado.
Esta estrategia, que recuerda a las tácticas utilizadas por la industria tabacalera para negar los efectos nocivos del tabaco, busca adormecer a la población, desmovilizar la acción climática, y retrasar la transición hacia un modelo energético sostenible.
Es cierto que se están dando pasos hacia la sostenibilidad. La inversión en energías renovables está creciendo, y cada vez más países se comprometen a reducir sus emisiones. Sin embargo, la velocidad de estos cambios es insuficiente ante la urgencia del problema. Necesitamos una transformación radical de nuestro sistema energético, una apuesta decidida por la eficiencia energética, y un cambio profundo en nuestros patrones de consumo. Y para lograr este cambio, es crucial que la sociedad se base en la ciencia, en el conocimiento comprobado, y no en las opiniones interesadas de grupos de presión que buscan perpetuar un modelo insostenible.
¿Lo lograremos? La respuesta, desafortunadamente, es incierta. El tiempo se agota, y la ventana de oportunidad para evitar los peores escenarios del cambio climático se está cerrando rápidamente. La lucha contra el negacionismo climático es una batalla crucial que debemos librar.
La educación, la divulgación científica, y el pensamiento crítico son nuestras mejores armas. El futuro de nuestro planeta depende de nuestra capacidad para distinguir la verdad de la mentira, y para actuar con la urgencia que la situación exige. No podemos permitirnos el lujo de jugar con cerillas mientras la Tierra arde.