El pasado no es solo un prólogo, sino un presagio. Y el 2024, coronado como el año más caluroso jamás registrado, nos grita a la cara la urgencia de actuar contra el Cambio Climático. Con una temperatura media 1.6ºC por encima de los niveles preindustriales, hemos superado el umbral de 1.5ºC establecido en el Acuerdo de París, una cifra que no era un objetivo a alcanzar, sino un límite a evitar.
El servicio europeo Copernicus, con la frialdad de los datos científicos, confirmó lo que muchos ya sentíamos en la piel: un calor extremo que asoló regiones enteras, sequías prolongadas que devastaron cosechas, e incendios que convirtieron paisajes en infiernos. Antonio Guterres, Secretario General de la ONU, una vez más alzó la voz, con la frustración de quien ve acercarse un desastre anunciado: «Debemos salir de este camino hacia la ruina. No tenemos tiempo que perder». Sus palabras, aunque repetidas, resuenan con la fuerza de una verdad incómoda que muchos se empeñan en ignorar.
La comunidad científica, con una unanimidad abrumadora, coincide en que estamos jugando con fuego. El cambio climático no es una hipótesis, sino una realidad palpable, una amenaza tangible para las generaciones futuras. Pero mientras los científicos advierten, otros se enriquecen con la inacción.
La extrema derecha, con su negacionismo climático, y las grandes petroleras, con su poder económico desmedido, bloquean cualquier intento de cambio real. Su miopía y su avaricia cortoplacista hipoteca el futuro del planeta por unos beneficios inmediatos.
Mientras tanto, el tiempo corre. Si bien es cierto que se han logrado avances en energías renovables, como la solar y la eólica, la velocidad del cambio es insuficiente. Seguimos quemando combustibles fósiles a un ritmo alarmante, alimentando la bestia del calentamiento global con nuestra adicción al carbono.
En la foto inferior se puede ver unas gráficas de la BBC sobre el calentamiento global en los últimos años:

Ante este panorama, es difícil mantener el optimismo. Las noticias son desalentadoras, los obstáculos parecen insalvables, y la inercia política es desesperante. Pero el pesimismo es una rendición, una claudicación ante la adversidad. Y rendirse no es una opción.
La lucha contra el cambio climático no es una batalla perdida, sino una guerra que aún podemos ganar. Requiere un cambio radical en nuestras estructuras económicas y políticas, una transformación profunda de nuestro modelo de consumo. Necesitamos líderes valientes, con visión de futuro, capaces de tomar decisiones difíciles y de impulsar políticas ambiciosas. Necesitamos una ciudadanía comprometida, consciente de la gravedad del problema y dispuesta a exigir acciones concretas.
Pero la triste realidad es que la mayoría de la gente permanece ajena a la magnitud del desafío. Inmersos en la vorágine del día a día, preocupados por sus problemas cotidianos, parecen ignorar la amenaza que se cierne sobre el futuro de sus hijos y nietos. Y nuestros dirigentes, en lugar de alertar y movilizar, prefieren mantener a la población adormecida, sumida en una falsa sensación de seguridad.
¿Por qué esta inacción? ¿Por qué esta indiferencia ante lo que se nos viene encima? Quizás la respuesta resida en la naturaleza humana, en nuestra tendencia a priorizar el presente sobre el futuro, en nuestra dificultad para comprender la complejidad de los problemas globales. O quizás, simplemente, se deba a la falta de liderazgo, a la ausencia de una visión a largo plazo, a la primacía de los intereses particulares sobre el bien común.
Sea cual sea la razón, el resultado es el mismo: una peligrosa inacción que nos acerca cada vez más al precipicio. El calentamiento global no es un problema abstracto, sino una realidad que ya está afectando a millones de personas en todo el mundo. Sequías, inundaciones, olas de calor, incendios forestales, migraciones climáticas: las consecuencias del cambio climático son cada vez más visibles, más tangibles, más devastadoras.
No podemos seguir mirando hacia otro lado. No podemos seguir postergando las decisiones difíciles. No podemos seguir sacrificando el futuro en el altar del presente. El tiempo se agota. La ventana de oportunidad para evitar los peores efectos del Cambio Climático se está cerrando. Es hora de despertar del letargo, de asumir nuestra responsabilidad, de exigir un cambio real. El futuro de la humanidad está en juego. Y no podemos permitirnos fracasar.
¿ Lo haremos ?