Los gobiernos, las grandes empresas tecnológicas, nuevas start-ups, etc …. todo el mundo quiere una parte del negocio de los chips, pues tienen claro su importancia para el desarrollo de la Inteligencia Artificial ( IA). Y cuando un negocio es muy muy grande, un pequeño porcentaje del mismo también es una cifra muy grande.
Los USA, Europa, Japón, China, etc …. todos los países aportan ayudas económicas para que las empresas fabricantes de chips instalen plantas de fabricación y desarrollo en sus territorios, y las grandes beneficiadas van a ser las empresas punteras en la tecnología de chips como TSMC, nVidia, Intel, y otras.
Después de más de 50 años de ceder parte de la fabricación de productos a países asiáticos ( China en especial ), ahora descubren algunos lo bueno que es tener en el propio país la fabricación de ciertos productos que pueden llegar a ser críticos.
En la actualidad, el mundo está siendo testigo de una nueva carrera armamentística, pero en lugar de tanques y misiles, los protagonistas son los semiconductores, más conocidos como chips. Estos diminutos componentes, esenciales para la electrónica moderna, se han convertido en el nuevo campo de batalla geopolítico, desatando una feroz competencia entre países y empresas por asegurar su control y producción.
Diversos factores han convergido para desatar esta «fiebre del chip». La pandemia de COVID-19 expuso la fragilidad de las cadenas de suministro globales, especialmente en sectores críticos como la tecnología. La creciente demanda de dispositivos electrónicos, impulsada por el trabajo remoto, la educación online y el entretenimiento digital, exacerbó la escasez de chips, impactando industrias desde la automotriz hasta la de electrodomésticos.

Sin embargo, la verdadera razón detrás de esta batalla por la supremacía en la fabricación de chips reside en la Inteligencia Artificial (IA). Los expertos coinciden en que la IA es la tecnología disruptiva del siglo XXI, con el potencial de transformar radicalmente la sociedad y la economía. Y los chips, como el cerebro de cualquier dispositivo inteligente, son fundamentales para su desarrollo.
En este contexto, la dependencia de un único país o región para la producción de un componente tan estratégico se considera cada vez más como una amenaza a la seguridad nacional y económica. Estados Unidos, por ejemplo, ha visto con preocupación cómo su dominio en la fabricación de chips se ha ido erosionando en las últimas décadas, con Asia, particularmente Taiwán y Corea del Sur, emergiendo como nuevos líderes
Esta toma de conciencia ha impulsado una serie de iniciativas gubernamentales para incentivar la producción local de chips. La administración Biden ha destinado miles de millones de dólares en subsidios y créditos fiscales para atraer inversiones en la industria de semiconductores, mientras que la Unión Europea busca reducir su dependencia asiática con un ambicioso plan para duplicar su cuota de mercado en la producción global de chips para 2030.
China, por su parte, lleva años invirtiendo fuertemente en su industria de semiconductores como parte de su estrategia para convertirse en líder mundial en tecnología. Japón, otro actor importante en el pasado, también está redoblando sus esfuerzos para recuperar su posición en el mercado.
Esta guerra por los chips tiene el potencial de redibujar el mapa geopolítico y económico mundial. Las empresas que logren dominar la tecnología de fabricación de chips más avanzada tendrán una ventaja estratégica significativa, no solo en el mercado de la electrónica de consumo, sino también en sectores clave como la defensa, la energía y la biotecnología.
Sin embargo, la construcción de una industria de semiconductores robusta y competitiva no es tarea fácil. Requiere de inversiones masivas, mano de obra altamente cualificada y un ecosistema de proveedores y centros de investigación de clase mundial. La competencia por atraer talento e inversiones será feroz, y solo aquellos países que logren crear las condiciones adecuadas podrán cosechar los beneficios de esta nueva revolución tecnológica. Y esto lleva muchos años.
En resumen, la batalla por los chips no es solo una disputa comercial, es una lucha por el liderazgo tecnológico global. El resultado tendrá profundas implicaciones para la economía, la seguridad y el equilibrio de poder en el siglo XXI
¿ Aprenderemos alguna vez de nuestros errores ?