El pasado 28 de abril, España y Portugal vivieron un evento poco frecuente: un apagón eléctrico que afectó durante más de 1horas a millones de personas. Como suele suceder en este tipo de situaciones, no tardaron en aparecer interpretaciones interesadas que aprovecharon la ocasión para cargar contra el modelo energético actual, en especial contra las energías renovables.

«Este es el riesgo de fiarnos de las renovables», clamaban algunos titulares. Sin embargo, más allá de las simplificaciones y los discursos interesados, los datos técnicos y el análisis experto pintan un cuadro mucho más complejo y, sobre todo, mucho más esperanzador para el futuro de nuestro sistema eléctrico.

Tras semanas de investigaciones por parte de los operadores del sistema eléctrico y expertos independientes, se ha constatado que el apagón tuvo su origen en una combinación de problemas técnicos. Antes de que se produjera la caída de la frecuencia en la red, se detectaron sobrevoltajes sostenidos durante cierto tiempo, lo que apunta a una mala distribución de la potencia reactiva. Dicho de forma sencilla, no fue una cuestión de cuánta energía se generaba, sino de cómo se gestionaba el equilibrio técnico de la red.

La potencia reactiva es fundamental para mantener la tensión adecuada en las líneas eléctricas. Su gestión se complica en una red moderna, donde coexisten plantas solares, eólicas, almacenamiento, interconexiones internacionales y plantas convencionales. Cuando esta potencia reactiva no está bien balanceada, pueden producirse picos de tensión que, si no se corrigen rápidamente, pueden desembocar en alteraciones mayores, como la bajada de frecuencia que vimos aquel día.

Algunos críticos han señalado también la menor «inercia» de las fuentes renovables. Las centrales convencionales, especialmente las térmicas, cuentan con grandes masas giratorias (turbinas) que actúan como un amortiguador natural frente a variaciones rápidas en la frecuencia. Las plantas solares y eólicas, en cambio, al depender de inversores electrónicos, no aportan esta inercia de forma natural. No obstante, esta debilidad técnica está siendo activamente compensada con soluciones modernas, como los llamados «inverters inteligentes» o sistemas de almacenamiento (baterías) que pueden inyectar potencia rápidamente y estabilizar la frecuencia.

El futuro es renovable, pero requiere gestión inteligente. Este evento nos recuerda algo fundamental: integrar las energías renovables en una red eléctrica moderna no es simplemente sustituir una planta de carbón por un campo solar. Supone transformar el propio concepto de gestión del sistema eléctrico. Pasamos de un modelo centralizado, con pocas plantas grandes, a uno distribuido, donde miles de pequeños generadores (paneles solares en tejados, parques eólicos, autoconsumo, baterías domésticas, vehículos eléctricos conectados a la red) participan en la producción y regulación.

Esta distribución aporta resiliencia, flexibilidad y sostenibilidad, pero exige un nuevo nivel de sofisticación técnica: redes inteligentes (smart grids), algoritmos avanzados de control, digitalización masiva, y sobre todo, anticipación de riesgos mediante simulaciones y monitorización en tiempo real. Y lo más importante: la tecnología para hacer esto existe hoy. De hecho, países como Dinamarca, Alemania o Australia ya están operando redes eléctricas con altísimos porcentajes de renovables sin sufrir más incidentes que los sistemas convencionales.

Nos enfrentamos un reto monumental: la Crisis Climática. Las temperaturas extremas, las sequías prolongadas, los eventos climáticos extremos no son teoría futura, sino realidades presentes. El abandono de los combustibles fósiles es una obligación moral, sanitaria y económica. Las energías renovables son la pieza clave de esta transición. Argumentar que un fallo técnico aislado invalida el modelo renovable es equivalente a decir que un accidente de aviación debería hacernos abandonar los vuelos comerciales.

La verdadera lección del apagón del 28 de abril es otra: debemos invertir aún más en formación técnica, en I+D, en planificación inteligente, y sobre todo, en información veraz a la ciudadanía. Es preocupante cómo en pleno siglo XXI, incluso con la tecnología de comunicación de la que disponemos, seguimos asistiendo a debates públicos polarizados, donde el ruido y la desinformación dominan sobre el análisis racional de los datos.

Resulta también desalentador comprobar la pobreza del debate político en situaciones como esta. En lugar de liderar un análisis sereno, buscar explicaciones técnicas y soluciones para el futuro, muchos dirigentes prefieren instrumentalizar el incidente para atacar al rival, alimentando la desconfianza pública en la transición energética. La ciudadanía merece algo más que simples consignas de trinchera.

No obstante, el progreso no se detiene por la torpeza de algunos líderes. La transición energética es imparable, no solo por necesidad ecológica, sino porque es ya más económica, más eficiente y más segura a largo plazo. Pero exige rigor técnico, pedagogía pública y responsabilidad política.

Como ciudadano, no soy experto técnico, pero sí veo con claridad que la solución no es frenar las renovables, sino aprender de cada incidente, mejorar los sistemas de control, formar a nuevos profesionales y exigir transparencia en los análisis.

La tecnología está aquí. La ciencia nos ofrece las herramientas. Solo falta que como sociedad estemos a la altura del reto. La alternativa negativa es seguir atrapados en la desinformación, el cortoplacismo y los intereses creados. Y sinceramente, en medio de una emergencia climática que ya sentimos en nuestras ciudades, campos y costas, esa alternativa ya no debería ser una opción para nadie.

Ojalá cambiemos, y rápido.

Amador Palacios

Por Amador Palacios

Reflexiones de Amador Palacios sobre temas de Actualidad Social y Tecnológica; otras opiniones diferentes a la mía son bienvenidas

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