El torbellino de las políticas comerciales, con sus giros y cambios repentinos, ha llegado a tal punto que me asalta una sensación de preocupación. Mientras escucho las declaraciones demagógicas del Sr. Trump sobre aranceles, y luego veo cómo se desdice, me pregunto como un líder mundial puede tener unos criterios tan impredecibles. Puedo entender la idea de proteger el mercado interno, pero no la incoherencia, la falta de planificación y la incertidumbre que genera en la población y en el mundo entero.
Desde hace décadas, China ha consolidado su posición como la mayor fábrica del mundo. Produce una asombrosa variedad de bienes para la inmensa mayoría de los consumidores, y Occidente se ha desprendido progresivamente de una parte importante de su capacidad industrial.
Esta dependencia, esta globalización intensiva, ha traído beneficios a corto plazo en forma de precios más bajos, pero ha traído también una gran fragilidad. El COVID-19 fue un duro golpe a esta estructura, exponiendo la gran vulnerabilidad ante la interrupción de la cadena de suministros. La falta de producción local de bienes esenciales, como las mascarillas, puso de manifiesto nuestra dependencia.
Ahora, la misma situación se repite, pero en una escala mayor y con consecuencias aún más imprevisibles. Numerosos productos, desde ordenadores y móviles hasta relojes inteligentes y una multitud de componentes electrónicos, dependen de la fabricación en China y otros países asiáticos. La compleja red de proveedores y componentes hace que desmantelar esta cadena sea una tarea titánica, un cambio de paradigma industrial, mucho más allá de la capacidad de reacción de una administración.
Apple, por ejemplo, ha tomado precauciones al sacar de China una parte de su producción para llevarla a otro país asiático, demostrando la comprensión de la realidad industrial, pero también la dificultad de esa tarea si quiere seguir teniendo precios competitivos. Recuperar la capacidad productiva en Occidente no se consigue con un cambio de opinión ni con un decreto, sino con una estrategia a largo plazo.

Como alguien que se ha dedicado más de 40 años a la industria, entiendo la importancia de mantener y desarrollar capacidades de fabricación en nuestros países. Pero la reconstrucción no se lleva a cabo en un instante; los procesos, las máquinas, la experiencia, todo requiere tiempo y una inversión sustancial. Los cambios bruscos y la improvisación política no solo no contribuyen a la solución, sino que generan inestabilidad y, lo que es más grave, encareciendo los productos para todos.
El enfoque actual, basado en decisiones impulsivas e impulsadas por la necesidad de figurar en los titulares, no garantiza el éxito. La realidad industrial es mucho más compleja y exige un análisis profundo y una planificación estratégica. La solución no reside en la retórica vacía de los líderes que buscan ganar popularidad a corto plazo.
La situación actual me hace pensar que, a pesar de los problemas globales que enfrenta el mundo, la estrategia de muchos países occidentales está lejos de estar enfocada en las respuestas correctas. En este maremoto económico, China y otros países asiáticos podrían salir más favorecidos, aprovechando la incertidumbre y la volatilidad de la postura estadounidense. La falta de certeza y de previsibilidad en la política exterior estadounidense hace que muchos países de Europa y otros países prefieran buscar alianzas y socios más fiables, para minimizar el impacto de una política tan voluble.
Este panorama no inspira mucha confianza. Los aranceles y las medidas comerciales imprevistas terminarán encareciendo los productos para el consumidor final. Las consecuencias serán inevitables. La verdad es que el futuro en el campo de las relaciones internacionales es mucho más complejo y complicado de lo que muchos parecen pensar. Si tenemos en cuenta que la situación geopolítica actual es muy delicada, entonces tenemos que tomar las decisiones con mucho cuidado.
La realidad es que los productos se encarecerán para todos nosotros. No me cabe duda. Y si no, al tiempo. Solo el tiempo dirá si las acciones actuales tienen consecuencias positivas o si la situación se agrava. La realidad es que el riesgo de generar una contracción global es bastante palpable.
Como siempre, el tiempo lo dirá.