La lucha contra el cambio climático se libra en un campo de batalla donde la inversión en energías renovables se ha convertido en la artillería pesada. La buena noticia es que, según la Agencia Internacional de la Energía (IEA), en 2024 se invertirán dos trillones de dólares en este sector, más del doble de lo destinado a los combustibles fósiles. Sin embargo, la sombra de la crisis climática sigue proyectándose sobre este avance, recordándonos la magnitud del reto que tenemos por delante.
El abaratamiento de las tecnologías limpias, especialmente la energía solar fotovoltaica, está impulsando este cambio de paradigma. En los últimos dos años, los paneles solares han reducido su precio en un 30%, convirtiéndose en la niña bonita de las renovables y acaparando la mayor parte de la inversión, incluso por encima del conjunto de las demás fuentes limpias. Este escenario propicia un círculo virtuoso donde la inversión impulsa la innovación, que a su vez abarata los costes, atrayendo aún más inversión.
En general, cuando se habla de energías limpias se refiere en especial a los paneles solares, las turbinas eólicas, los nuevos sistemas de generación nuclear, las bombas de calor y los coches eléctricos. Pues todavía se invierte muy poco en el posible uso del hidrógeno como combustible, y de combustibles alternativos para el transporte aéreo y marítimo.
Gobiernos y empresas se han embarcado en una carrera contrarreloj para subirse al tren de la energía limpia. Por un lado, la necesidad de cumplir con los compromisos internacionales de reducción de emisiones de carbono y, por otro, el atractivo de un modelo energético más sostenible y resiliente, están impulsando políticas de apoyo e inversiones millonarias.
Sin embargo, a pesar de este panorama aparentemente optimista, la realidad es que aún no estamos haciendo lo suficiente. La crisis climática avanza a un ritmo implacable, y los tímidos pasos que damos en la dirección correcta se ven eclipsados por la inercia de un sistema económico dependiente de los combustibles fósiles.
Si bien es cierto que la inversión en renovables se ha convertido en una prioridad, es necesario ampliar el foco y abordar otros frentes críticos. La electrificación del transporte, impulsada por el auge del coche eléctrico, es un paso importante, pero no olvidemos sectores como el transporte marítimo y aéreo, donde la dependencia de los combustibles fósiles sigue siendo casi absoluta. La investigación y desarrollo de combustibles alternativos, como el hidrógeno verde, es crucial para descarbonizar estos sectores y avanzar hacia una economía verdaderamente sostenible.
La transición energética no se limita a sustituir una fuente de energía por otra. Requiere un cambio profundo en nuestro modelo de producción y en especial de consumo. La eficiencia energética, la reducción de la demanda y la apuesta por la economía circular son piezas fundamentales del puzle que no podemos ignorar.
China es con diferencia el país que más está invirtiendo en energías renovables, pero hay otros países ( algunos emergentes y otros no ) que no son capaces de invertir tanto como necesitan, y quedarán retrasados para cumplir con sus demandas futuras de energías renovables.
En definitiva, la inversión récord en energías renovables es una excelente noticia que nos llena de esperanza, pero no podemos caer en la autocomplacencia. El camino hacia un futuro sostenible es largo y complejo, y requiere un esfuerzo colectivo sin precedentes.
Debemos redoblar la apuesta por la innovación, la colaboración y la acción decidida para lograr revertir el curso actual y construir un futuro próspero para las generaciones venideras. La crisis climática nos exige actuar con urgencia y determinación, no solo con optimismo.
Pero el “reto” de la Crisis Climática sigue estando delante, y no está nada claro que seamos capaces de cumplirlo.