Cada día se potencia más la compra de productos muy muy baratos. Parece que el mundo entero se ha rendido ante la tentación de precios irrisorios, convirtiendo la adquisición compulsiva de baratijas en el deporte nacional.

Plataformas como AliExpress, Temu y Shein, gigantes chinos del low cost, inundan nuestros mercados con un torrente incesante de productos a precios que desafían la lógica, y la tendencia, lejos de menguar, parece crecer exponencialmente. ¿Quién puede resistirse a la promesa de un armario repleto o un hogar decorado por una fracción del precio habitual?

La respuesta, al parecer, es: muy pocos. Hemos entrado en una era de consumo frenético donde la calidad se ha convertido en un lujo prescindible. Adquirimos gadgets, ropa y objetos de decoración con la plena consciencia de su efímera existencia.

Sabemos, en el fondo, que estamos comprando “basura” destinada a una vida útil corta, y nos resignamos a su prematura defunción con una sorprendente indiferencia. Total, ¿para qué molestarse si su reemplazo cuesta menos que un café? Lo tiramos a la basura y volvemos a comprar, alimentando un ciclo infinito de consumo y desperdicio.

Sin embargo, en esta fiesta del consumismo desenfrenado, hay un invitado silencioso e incómodo: el impacto ambiental. Mientras llenamos nuestros carritos virtuales con la euforia del cazador de gangas, ignoramos –o preferimos ignorar– el coste oculto de esta orgía consumista. La fabricación de estos productos, especialmente la ropa, deja una huella devastadora en nuestro planeta.

Ríos contaminados por tintes tóxicos, ingentes cantidades de agua consumidas en procesos de producción poco sostenibles y emisiones de gases de efecto invernadero contribuyen a un panorama ambiental cada vez más sombrío. Y, por si fuera poco, la montaña de basura que generamos crece a un ritmo alarmante, asfixiando nuestros ecosistemas.

Lo más preocupante es la aparente indiferencia colectiva ante esta realidad. Seguimos comprando, acumulando y desechando como si el planeta tuviera recursos infinitos y la capacidad de absorber nuestros desechos sin consecuencias.

La Crisis Climática, una amenaza real y tangible, parece un cuento lejano, una preocupación para “otro momento”. Mientras tanto, seguimos nuestro camino hacia el abismo, mecidos por la dulce melodía de los precios bajos.

Y como si la situación no fuera suficientemente preocupante, Amazon, el gigante del comercio electrónico, se ha sumado a la fiesta del low cost con su nueva plataforma, Amazon Haul. Ofreciendo productos por menos de 20 dólares y plazos de entrega competitivos con las plataformas chinas, Amazon busca conquistar también el creciente mercado de lo ultra barato.

Esta jugada maestra no solo intensifica la competencia, sino que también normaliza y valida aún más el consumo irresponsable. Con Amazon a la cabeza, la espiral de consumo desenfrenado se acelera, arrastrándonos hacia un futuro incierto.

La pregunta que nos debemos plantear es: ¿a qué precio? ¿Vale la pena sacrificar la salud de nuestro planeta por la satisfacción efímera de poseer un gadget barato o una prenda de ropa de dudosa calidad? ¿Estamos dispuestos a hipotecar el futuro de las próximas generaciones por un capricho momentáneo?

Como sociedad, seguimos sin comprender la magnitud de la Crisis Climática a la que nos enfrentamos. Nos dejamos seducir por el canto de sirena del consumismo, alimentando un sistema que prioriza el beneficio económico por encima del bienestar del planeta. Compramos cosas que no necesitamos para satisfacer un vacío existencial, un ego insaciable que nos empuja a acumular posesiones como símbolo de estatus y felicidad.

Las empresas, por supuesto, se aprovechan de esta debilidad. Saben que somos vulnerables a la tentación de lo barato y explotan nuestros deseos consumistas sin escrúpulos. Nos ofrecen una ilusión de felicidad a través de la adquisición de objetos, perpetuando un ciclo vicioso que nos convierte en esclavos del consumo.

Es una lástima que seamos tan insensatos. Que nos dejemos llevar por la corriente sin cuestionar el impacto de nuestras decisiones. Que prefiramos la comodidad de lo barato a la responsabilidad de un consumo consciente.

La solución no es sencilla, pero el primer paso es tomar consciencia del problema. Informarnos, reflexionar y, sobre todo, actuar. Cambiar nuestros hábitos de consumo, priorizar la calidad sobre la cantidad y exigir a las empresas prácticas más sostenibles. El futuro del planeta está en juego, y la responsabilidad es de todos.

Pero parece que no queremos entenderlo.  Qué pena !!

Amador Palacios

Por Amador Palacios

Reflexiones de Amador Palacios sobre temas de Actualidad Social y Tecnológica; otras opiniones diferentes a la mía son bienvenidas

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