La construcción es el mayor contaminante mundial. A menudo, cuando hablamos de contaminación, las imágenes que nos vienen a la mente son las de chimeneas humeantes, atascos de tráfico o extensas explotaciones ganaderas. Rara vez pensamos en el impacto de los edificios que nos rodean, en el hormigón que forma nuestros hogares, oficinas y ciudades.
Sin embargo, la construcción, ese gigante silencioso, es la principal responsable de las emisiones globales de CO2, contribuyendo con un asombroso 37% a la contaminación mundial, una cifra que eclipsa a sectores tradicionalmente señalados como los principales villanos ambientales.
Este dato, aunque alarmante, no suele ser tema de conversación. Nos preocupamos por la eficiencia energética de nuestros electrodomésticos, por la huella de carbono de nuestros alimentos, incluso por el impacto de la ropa que vestimos. Pero, ¿cuántas veces nos hemos detenido a pensar en el coste ambiental de los edificios que habitamos, de las infraestructuras que utilizamos a diario?
A nuestro alrededor, en un ciclo incesante, se levantan nuevas construcciones: viviendas, oficinas, centros comerciales, almacenes… un testimonio de nuestro desarrollo, pero también una huella imborrable en el planeta.
El problema radica en los dos pilares fundamentales de la construcción: el cemento y el acero. La producción de cemento, por ejemplo, implica la calcinación de piedra caliza a altas temperaturas, un proceso que libera enormes cantidades de dióxido de carbono a la atmósfera. Por otro lado, la fabricación de acero, aunque reciclable, también conlleva un alto consumo energético y la emisión de gases de efecto invernadero. Juntos, estos dos materiales constituyen la base de la mayoría de las construcciones modernas, perpetuando un ciclo de alta contaminación que a menudo pasa desapercibido.
Es cierto que la industria de la construcción no es un monstruo monolítico. Existen esfuerzos, cada vez más relevantes, para desarrollar alternativas más sostenibles. Se investiga en la creación de cementos con menor huella de carbono, utilizando materiales reciclados y explorando nuevos procesos de producción. También se avanza en la producción de acero verde, utilizando hidrógeno como fuente de energía en lugar de carbón, lo que reduce drásticamente las emisiones.
Sin embargo, a pesar de estos avances esperanzadores, aún estamos muy lejos de una transformación real del sector. La producción de estos materiales “verdes” sigue siendo costosa y su implementación a gran escala se enfrenta a importantes retos tecnológicos y económicos. Hoy estos materiales no son “verdes” en absoluto.
¿Por qué entonces, a pesar de su impacto, la construcción no recibe la misma atención que otros sectores contaminantes? Una de las razones principales es su intrincada relación con el crecimiento económico. La construcción es un motor económico vital para prácticamente todos los países del mundo. Genera empleo, impulsa la demanda de materiales y servicios, y estimula la inversión.
Cuando se construye un edificio, no solo se benefician las empresas constructoras y los trabajadores directamente involucrados, sino también una amplia red de industrias auxiliares: desde fabricantes de muebles y electrodomésticos hasta empresas de transporte y logística. Este efecto multiplicador convierte a la construcción en un sector estratégico para los gobiernos, que a menudo priorizan el crecimiento económico a corto plazo sobre la sostenibilidad ambiental a largo plazo.
Otro factor que contribuye a la invisibilidad del impacto ambiental de la construcción es la dificultad para cuantificarlo y atribuirlo a un actor específico. Mientras que las emisiones de un coche o de una fábrica son relativamente fáciles de medir y controlar, la huella de carbono de un edificio se diluye entre múltiples actores: desde el fabricante de los materiales hasta el usuario final. Esta complejidad dificulta la implementación de políticas efectivas y la asignación de responsabilidades.
Entonces, ¿qué podemos hacer? La solución no es sencilla y requiere un enfoque multifacético. En primer lugar, es fundamental aumentar la concienciación sobre el impacto ambiental de la construcción, tanto entre los profesionales del sector como entre la población en general. Necesitamos exigir edificios más sostenibles, construidos con materiales reciclados y con un diseño que minimice el consumo energético.
Además, es crucial impulsar la investigación y el desarrollo de alternativas al cemento y al acero tradicionales, así como fomentar la implementación de prácticas de construcción más eficientes.
Los gobiernos, por su parte, deben jugar un papel activo en la transición hacia una construcción más sostenible. Es necesario implementar políticas que incentiven el uso de materiales bajos en carbono, que promuevan la rehabilitación de edificios existentes y que penalicen las prácticas constructivas contaminantes..
La construcción, ese gigante silencioso, debe dejar de serlo. Es hora de reconocer su impacto ambiental y de tomar medidas concretas para transformarlo en un sector más sostenible. El futuro de nuestro planeta depende de ello.