Desde que surgieron las criptomonedas, he seguido su evolución con una mezcla de curiosidad y escepticismo. La idea inicial, de un sistema económico descentralizado que permitiera transacciones directas y anónimas entre individuos, sin la intermediación de bancos o gobiernos, sonaba atractiva, casi utópica.

Sin embargo, con el tiempo, mi escepticismo ha ido en aumento, hasta el punto de considerarlas poco más que herramientas especulativas, donde los únicos ganadores son aquellos que operan en la sombra, manipulando los hilos de este complejo entramado.

La supuesta descentralización de las criptomonedas es, en mi opinión, un espejismo. Si bien es cierto que no existe una autoridad centralizadora como tal, la realidad es que hay actores poderosos, «ballenas» del mercado, que con sus movimientos, influyen decisivamente en la cotización de estas monedas virtuales.

Un simple tweet, una noticia, un rumor… cualquier evento, real o fabricado, puede desencadenar una subida o una bajada repentina en el valor de una criptomoneda, generando enormes ganancias para unos pocos y cuantiosas pérdidas para muchos.

Alguien lo describió una vez como una especie de estafa piramidal, donde cada participante compra a un precio determinado con la esperanza de venderlo más caro a otro, y así sucesivamente, hasta que la burbuja explota. Y la pregunta es: ¿cuándo explotará la burbuja? Nadie lo sabe. Mientras tanto, la rueda sigue girando, alimentada por la codicia y la promesa de ganancias rápidas y fáciles.

Hemos visto ya el colapso de algunas criptomonedas, plataformas enteras que se han desvanecido en el aire, dejando a miles de inversores con las manos vacías. Sin embargo, cientos de criptomonedas siguen circulando en el mercado, prueba irrefutable de la ambición humana y de la creencia, a menudo ciega, en la posibilidad de enriquecerse sin esfuerzo.

El experimento de El Salvador, que adoptó Bitcoin como moneda de curso legal, es un ejemplo paradigmático de los riesgos asociados a las criptomonedas. Lejos de las promesas de inclusión financiera y prosperidad, la realidad ha sido bien distinta: enormes pérdidas para muchos ciudadanos, incertidumbre económica y un futuro incierto.

Y qué decir de las recientes noticias, nunca confirmadas oficialmente, sobre la intención de Donald Trump de crear una reserva estratégica de criptomonedas. Más allá de la veracidad o no del anuncio, lo cierto es que la simple mención de esta posibilidad agitó el mercado, generando fluctuaciones significativas en el valor de algunas criptomonedas. Y alguien ganó mucho.

¿Quién se benefició de estas fluctuaciones? Apuesto a que fueron los mismos «listos» que mueven los hilos en la sombra, los mismos que se benefician de la especulación y la volatilidad del mercado.

Personalmente, no confío en los sistemas sin control. La historia nos ha enseñado que, en ausencia de una regulación adecuada, siempre habrá quien se aproveche de las lagunas del sistema para obtener beneficios a costa de los demás. Y las criptomonedas, con su opacidad y falta de transparencia, son un caldo de cultivo perfecto para la manipulación y el fraude.

No niego que la tecnología blockchain, la base sobre la que se construyen las criptomonedas, tenga un potencial interesante en otros ámbitos. Pero en lo que respecta a las criptomonedas como moneda, mantengo mi escepticismo. Las considero un espejismo, una promesa vacía que solo beneficia a unos pocos, mientras que la mayoría se expone a pérdidas significativas.

Quizás el tiempo me dé la razón, o quizás me equivoque. Pero mientras tanto, prefiero mantener los pies en la tierra y confiar en sistemas económicos más estables y regulados, aunque no prometan ganancias rápidas y fáciles. Al fin y al cabo, la riqueza construida sobre cimientos sólidos es mucho más duradera que la que se desvanece como un espejismo en el desierto.

Cosas de la vida.

Amador Palacios

Por Amador Palacios

Reflexiones de Amador Palacios sobre temas de Actualidad Social y Tecnológica; otras opiniones diferentes a la mía son bienvenidas

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