Hasta hace poco, vivía en la feliz ignorancia de que alguien pudiera vender una botella de agua por 300€. Trescientos euros. Podría ser el alquiler de un apartamento, una buena bicicleta o un billete de avión a un destino exótico. Pero no, estamos hablando de agua. Y no, no cura enfermedades incurables ni te otorga la vida eterna. Simplemente, es agua… en una botella muy cara.

La responsable de este despliegue de opulencia líquida es una empresa japonesa llamada Fillico, que ha decidido conquistar el mercado del lujo con un producto tan básico como el agua. s. Al parecer, el agua proviene de un manantial prístino en el Parque Nacional de Rokkou de Kobe, Japón. Un origen noble, sin duda, pero ¿justifica el precio?

Su página web  https://en.fillico.co.jp/about-us     es un escaparate de extravagancia donde las botellas, más parecidas a joyas que a recipientes para hidratarse, brillan con incrustaciones de cristales Swarovski y diseños ostentosos.

La estrategia de Fillico es clara: escasez artificial y marketing del deseo. Limitando la producción a 5.000 botellas mensuales, crean una sensación de exclusividad que alimenta el ansia de los consumidores más adinerados. No se trata de beber agua, se trata de pertenecer a un club selecto, de exhibir un símbolo de estatus. Es la experiencia, el «yo lo tengo y tú no», lo que realmente se vende. El agua, en este caso, es un mero vehículo para la ostentación.

Y funciona. Hay un sector del mercado, ese que nada en la abundancia, dispuesto a pagar cifras astronómicas por poseer algo único, aunque sea tan prosaico como una botella de agua. Para ellos, el precio no es un impedimento, sino una prueba más de su capacidad adquisitiva. Es la lógica perversa del lujo extremo, donde el valor se mide en ceros y la satisfacción se encuentra en la posesión de lo inaccesible para la mayoría.

Personalmente, me cuesta comprender este tipo de consumo. Me parece un derroche absurdo, una muestra de la desconexión con la realidad de un mundo donde millones de personas carecen de acceso a agua potable. Mientras unos pagan fortunas por una botella decorada con cristales, otros luchan por sobrevivir con lo mínimo. El contraste es brutal e inevitablemente invita a la reflexión.

¿Es estúpido pagar 300€ por una botella de agua? Probablemente. Pero como decía un gran filósofo: «hay gente para todo». Y mientras haya quien esté dispuesto a pagar ese precio, Fillico seguirá llenando sus arcas a costa de la vanidad y el ansia de exclusividad. Mientras tanto, yo seguiré bebiendo agua del grifo, con la tranquilidad de saber que mi hidratación no me cuesta una fortuna y que mi sentido común sigue intacto.

Quizás, en el fondo, la verdadera estupidez no reside en quien compra la botella, sino en una sociedad que fomenta este tipo de desigualdades. Un mundo donde el acceso a un recurso tan básico como el agua se convierte en un lujo al alcance de pocos. Esa es la verdadera cuestión que deberíamos plantearnos. Y esa, sin duda, es una botella mucho más difícil de tragar.

¿ Y tú qué opinas a este respecto ?

Amador Palacios

Por Amador Palacios

Reflexiones de Amador Palacios sobre temas de Actualidad Social y Tecnológica; otras opiniones diferentes a la mía son bienvenidas

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