La Inteligencia Artificial (IA) se perfila como una revolución tecnológica, transformando industrias y mejorando la vida de las personas. Sin embargo, el creciente apetito energético de los centros de datos que alimentan estos sistemas está generando un eco preocupante en la salud pública. Mientras se discute el impacto en la vida cotidiana y el consumo energético, la influencia de la IA sobre la salud humana se presenta a menudo como un tema silenciado, pero es fundamental para construir un futuro sostenible.
A menudo escuchamos sobre los beneficios de la IA, pero la conversación a menudo ignora las implicaciones sobre la salud pública. Esta omisión es un error grave, ya que la forma en que se genera la electricidad necesaria para alimentar los centros de datos que impulsan los algoritmos de la IA es crucial. La electricidad que alimenta estos colosos tecnológicos determina el impacto sobre nuestra salud.
Si la energía utilizada proviene de fuentes renovables, como la solar, eólica o hidroeléctrica, el impacto es mínimo. Pero, si seguimos dependiendo de los combustibles fósiles para alimentar estos centros de datos, la contaminación ambiental se convierte en un enemigo silencioso. La «asesina silenciosa», como la llaman algunos, cobra su precio en forma de enfermedades respiratorias, aumento de casos de cáncer y otras dolencias, con un saldo anual de alrededor de 4 millones de muertes en todo el mundo.
Un factor determinante es la contaminación producida en la generación de esa energía. Las partículas más dañinas, conocidas como PM2.5 (partículas con un diámetro de menos de 2.5 micrómetros), son microscópicas y se dispersan ampliamente por el aire, llegando incluso a cientos de kilómetros de su origen.
Este es el punto crucial: la gente que sufre las consecuencias de la contaminación no es necesariamente la que consume la energía. Las poblaciones más vulnerables, que viven en las proximidades de las plantas de energía contaminantes, son las que cargan con el peso de la contaminación ambiental, en una injusticia socio-ambiental inaceptable.
El problema se agrava cuando el crecimiento exponencial del uso de la IA requiere más energía que la que actualmente se genera a partir de energías renovables. La tecnología avanza a pasos agigantados, pero las fuentes sostenibles de energía no lo hacen a la misma velocidad, generando un desequilibrio que dificulta la transición hacia un futuro saludable.

¿Qué soluciones se vislumbran en este panorama? La respuesta no es fácil, pero una estrategia clave radica en la separación del proceso de aprendizaje de la IA. En lugar de centralizar todos los procesos en grandes centros de datos que demandan una gran cantidad de energía, se podrían crear infraestructuras específicas para el entrenamiento de los algoritmos, ubicadas en zonas con acceso a fuentes de energía renovable. Esto permitiría reducir significativamente la huella de carbono asociada al aprendizaje de la IA.
Imaginemos un escenario donde los centros de datos dedicados a entrenar a los modelos de IA se sitúen en áreas con una alta disponibilidad de energía eólica o solar. Esta desconexión estratégica podría reducir el impacto negativo sobre la salud pública. Esto implicaría inversiones significativas en infraestructura y desarrollo de nuevas tecnologías, pero el costo es menor que el precio que la sociedad pagará por la salud deteriorada como consecuencia de la contaminación atmosférica.
No se trata de abandonar la IA, sino de integrarla de forma responsable y sostenible. Es una tecnología poderosa con un potencial transformador, pero su aplicación no debe tener un costo humano. Es esencial desarrollar estrategias que minimicen el impacto negativo sobre la salud pública, desde el proceso de generación de energía hasta la ubicación de los centros de datos que la impulsan.
En definitiva, el futuro de la IA y la salud pública están entrelazados. No podemos ignorar las consecuencias que puede tener el uso masivo de una tecnología, y debemos buscar un equilibrio entre la innovación y la sostenibilidad, entre el progreso y el bienestar de las personas.
La IA es una herramienta potente, pero no una panacea. Su desarrollo y aplicación deben integrarse en una estrategia global que priorice la salud pública y el uso sostenible de los recursos. No hacer nada no es una opción. La humanidad debe encontrar la manera de construir un futuro donde la inteligencia artificial sea una fuerza para el bien y no para la enfermedad.