Las dos letras mágicas del momento son, sin duda, «IA». Se han convertido en un mantra repetido hasta la saciedad en el mundo empresarial, especialmente en el ámbito tecnológico. Pocos directivos se resisten a la tentación de aderezar sus discursos con promesas de algoritmos inteligentes y sistemas que aprenden por sí solos. Pero, ¿cuánto de realidad hay detrás de esta omnipresente IA y cuánto es simple marketing oportunista?
Nos encontramos en plena burbuja de la «IA washing», un fenómeno similar al «green washing» que afecta a las prácticas medioambientales. Al igual que muchas empresas se tiñen de verde para proyectar una imagen ecológica que no se ajusta a la realidad, ahora proliferan las que se autoproclaman abanderadas de la IA sin que sus productos o servicios realmente la implementen de forma significativa.
La falta de una definición clara y universalmente aceptada de lo que constituye la inteligencia artificial juega a favor de esta tendencia. Al no existir una frontera nítida, cada empresa puede arrogarse la etiqueta de «IA» a su antojo, presentando simples algoritmos o automatizaciones básicas como si fueran sistemas de aprendizaje automático de última generación.
Y es que la IA se ha convertido en un activo muy valioso en el mercado. Las empresas que utilizan, o simplemente dicen utilizar esta tecnología, se benefician de una imagen de innovación y vanguardia que atrae a inversores y clientes. En un mundo empresarial obsesionado con la disrupción y la tecnología punta, la IA se presenta como la clave del éxito, lo que incentiva aún más la proliferación de la «IA washing».
Un claro ejemplo de esta tendencia es la proliferación de chatbots que se presentan como sistemas de IA conversacional. Si bien es cierto que algunos chatbots utilizan técnicas de procesamiento del lenguaje natural (PNL) y aprendizaje automático para mejorar sus respuestas, la mayoría se limita a seguir un conjunto predefinido de reglas y respuestas programadas.
Llamar a estos chatbots «inteligencia artificial» es, en la mayoría de los casos, una exageración. Se trata de herramientas útiles que pueden automatizar ciertas tareas, pero su capacidad de comprender y responder al lenguaje humano de forma realmente inteligente es muy limitada.
Entonces, ¿cómo podemos separar el grano de la paja? ¿Cómo podemos distinguir entre las empresas que realmente están utilizando la IA para innovar y mejorar sus productos y servicios de aquellas que simplemente están aprovechando la moda para lavar su imagen?
Algunas claves podrían ser:
. Resultados tangibles: La verdadera IA se traduce en resultados concretos. Si una empresa afirma estar utilizando la IA para mejorar la eficiencia de sus procesos, reducir costes o personalizar la experiencia del cliente, debe ser capaz de demostrar estas mejoras con datos.
. Transparencia: Las empresas que realmente utilizan la IA deben ser transparentes sobre cómo lo hacen. Deben explicar qué tipo de algoritmos utilizan, con qué datos los entrenan y cuáles son los límites de sus sistemas.
. Enfoque a largo plazo: La IA no es una solución mágica ni una moda pasajera. Las empresas que realmente apuestan por la IA lo hacen con una visión a largo plazo, invirtiendo en investigación y desarrollo, y trabajando para integrar esta tecnología de forma estratégica en sus operaciones.
Es importante ser críticos y no dejarnos deslumbrar por el brillo de las siglas IA. El verdadero valor no reside en la etiqueta, sino en la capacidad real de esta tecnología para resolver problemas, generar innovaciones y mejorar nuestras vidas. En un mundo inundado de información y promesas grandilocuentes, la clave está en saber discernir entre el marketing vacío y la verdadera innovación.