La información fluye a través de nuestras pantallas a un ritmo vertiginoso, un torrente incesante de noticias, opiniones y datos que moldean nuestra percepción del mundo. En este mar digital, la desinformación se ha convertido en una epidemia silenciosa, una amenaza invisible que corroe los cimientos de la verdad y la confianza, poniendo en peligro la democracia y la cohesión social.
Si bien el acceso a la información es fundamental para una sociedad libre e informada, la proliferación de noticias falsas, manipulaciones y propaganda se ha convertido en un desafío sin precedentes. La facilidad con la que se crean y difunden las falsedades a través de internet y las redes sociales, amplificadas por algoritmos diseñados para maximizar el “engagement” sin importar la veracidad, ha creado un ecosistema donde la verdad se diluye en un mar de ruido y confusión.
Las grandes plataformas tecnológicas, con sus vastos recursos e influencia global, juegan un papel crucial en la lucha contra la desinformación. Sin embargo, a menudo actúan más como espectadores que como agentes activos, escudándose en la falsa promesa de la neutralidad tecnológica.
Si bien es cierto que no pueden, ni deben, convertirse en árbitros absolutos de la verdad, tienen la responsabilidad de implementar mecanismos efectivos para mitigar la propagación de la desinformación en sus plataformas.
Ultimamente algunas de estas empresas ( como Meta, TikTok, y otras ), han desactivado las herramientas que tenían para informar sobre el modo en que la información circulaba por sus plataformas. Ahora eso ya se desconoce, y pueden hacer lo que mejor les venga en gana.
La realidad es que el afán desmedido por maximizar beneficios, impulsado por modelos de negocio basados en la recolección masiva de datos y la publicidad personalizada, incentiva la viralización de contenidos sensacionalistas y emocionales, sin importar su veracidad.
La falta de regulación efectiva por parte de las instituciones gubernamentales agrava aún más el problema. La velocidad a la que se mueve la información en el mundo digital supera con creces la capacidad de respuesta de las instituciones tradicionales, acostumbradas a ritmos más lentos y procesos burocráticos.
La presión ejercida por los gigantes tecnológicos, con sus ejércitos de abogados y lobbies, obstaculiza la creación de marcos legales que obliguen a las plataformas a rendir cuentas por la desinformación que se propaga a través de sus canales.
Pero la responsabilidad no recae únicamente en las plataformas tecnológicas y las instituciones. La apatía ciudadana, la falta de interés por verificar la información que consumimos y compartimos, crea el caldo de cultivo perfecto para que la desinformación florezca.
En un mundo saturado de información, es fácil caer en la trampa de las emociones, las noticias fáciles de digerir y las narrativas que confirman nuestros sesgos preexistentes.
El costo de la desinformación es alto y se paga a diferentes niveles:
. Erosión de la confianza: La proliferación de noticias falsas y la manipulación informativa minan la confianza en los medios de comunicación, las instituciones y los expertos, debilitando el tejido social y dificultando el debate público constructivo.
. Polarización social: La desinformación a menudo se utiliza como arma para exacerbar las divisiones sociales, avivando el odio, la discriminación y la violencia hacia grupos específicos.
. Amenaza a la democracia: La desinformación puede influir en los procesos electorales, socavando la legitimidad de las instituciones democráticas y poniendo en riesgo la estabilidad política.
Combatir la desinformación requiere un enfoque multidimensional que debe de involucrar a todos los actores sociales:
. Instituciones gubernamentales: Crear marcos legales que regulen la responsabilidad de las plataformas tecnológicas en la lucha contra la desinformación, sin coartar la libertad de expresión. Haciendo que las plataformas tecnológicas implementen mecanismos de detección y etiquetado de información falsa, colaborando con verificadores de datos independientes
. Medios de comunicación: Reforzar la calidad del periodismo, promover la educación mediática entre la población y colaborar con las plataformas tecnológicas para frenar la viralización de la desinformación.
. Ciudadanía: Adoptar una actitud crítica ante la información que consumimos, verificar las fuentes, evitar la propagación de noticias falsas y exigir responsabilidad a las plataformas y las instituciones.
Tenemos multitud de ejemplos a nuestra disposición: Todavía se pone en duda la utilidad de las vacunas, en muchos ámbitos se hace lo mismo con la Crisis Climática, en USA ha disminuido el número de personas que apoyan las energías renovables, las políticas dictatoriales tienen cada día más apoyo, y etc … etc… etc ….
La lucha contra la desinformación es una batalla constante que requiere de un compromiso global y sostenido. La desinformación es una amenaza invisible pero real que pone en peligro nuestra capacidad de tomar decisiones informadas, construir una sociedad justa y preservar la democracia. Depende de todos nosotros construir un futuro donde la verdad prevalezca sobre la mentira y la manipulación.
Yo cada día tengo más dudas de que lo consigamos, pero la esperanza es lo último que se pierde.