El rugido supersónico vuelve a resonar en el desierto de Mojave. El XB-1, prototipo a escala del futuro avión de pasajeros Boom, de la compañía Overture, ha superado la barrera del sonido, alcanzando Mach 1.122 (1.385 km/h). Este hito, presentado como un triunfo tecnológico, me genera, sin embargo, una profunda inquietud.

¿Es realmente necesario, en el contexto de emergencia climática que vivimos, invertir recursos en desarrollar aviones que consumirán significativamente más combustible, solo para que una minoría privilegiada pueda viajar más rápido?

Overture sueña con un futuro donde cientos de sus aviones Boom surquen los cielos a Mach 1.7, transportando entre 64 y 80 pasajeros a 18 km de altitud. Prometen conectar ciudades distantes como Nueva York y Londres, Los Ángeles y Sidney, o Seattle y Tokio, reduciendo los tiempos de vuelo a menos de la mitad. Argumentan que, aprendiendo de la experiencia del Concorde, su modelo será rentable, ofreciendo billetes a precios similares a los actuales de primera clase, abriendo así cientos de nuevas rutas. Un futuro brillante, en apariencia.

Pero, ¿a qué coste? Mientras la comunidad científica alerta sobre la necesidad de reducir drásticamente las emisiones de gases de efecto invernadero, el proyecto Boom parece avanzar en dirección contraria. Si bien la compañía asegura que el avión será totalmente nuevo, con turbinas de última generación, la realidad es que, por el momento, se basan en combustibles fósiles.

Un avión que vuela más rápido, inevitablemente, consume más combustible. Es una simple cuestión de física. Pretender que un avión supersónico, con su diseño inherentemente menos eficiente en términos de consumo, pueda competir en términos de emisiones con los aviones comerciales actuales, alimentados, además, por combustibles sostenibles en un futuro próximo, me parece, cuanto menos, ingenuo.

El argumento de Overture de que el precio de los billetes será similar al de la primera clase actual no hace sino reforzar mis reservas. Se trata de un servicio dirigido a una élite económica, dispuesta a pagar un sobreprecio por la comodidad y la rapidez. ¿Es justo que, en un momento en que se nos pide a todos un esfuerzo colectivo para combatir el cambio climático, se destinen recursos a satisfacer los caprichos de unos pocos? El impacto ambiental de cada vuelo supersónico será considerablemente mayor que el de un vuelo convencional. ¿Estamos dispuestos a asumir ese coste como sociedad? ¿ Tiene esto sentido ?

Entiendo el atractivo de la innovación y la fascinación por la velocidad. Pero debemos ser críticos y preguntarnos si este tipo de avances son realmente necesarios en el contexto actual. La experiencia del Concorde debería servirnos de lección. Su fracaso comercial no se debió únicamente a su alto coste operativo, sino también al inicio de la concienciación ambiental.

La crisis climática nos exige un cambio de paradigma. Necesitamos replantear nuestra forma de viajar, priorizando la sostenibilidad sobre la velocidad. Debemos invertir en la investigación y desarrollo de alternativas verdaderamente ecológicas, como los combustibles sintéticos, el hidrógeno o la propulsión eléctrica, en lugar de aferrarnos a modelos obsoletos y contaminantes.

El proyecto Boom, con su promesa de vuelos supersónicos, representa un paso atrás en la lucha contra el cambio climático. Es una apuesta anacrónica por un modelo de desarrollo insostenible. En lugar de alimentar el sueño de una velocidad elitista, deberíamos centrar nuestros esfuerzos en construir un futuro donde la movilidad sea accesible, eficiente y, sobre todo, respetuosa con el planeta. Es hora de dejar atrás los viejos caminos y apostar por un futuro verdaderamente sostenible.

¿ Lo haremos ?

Amador Palacios

Por Amador Palacios

Reflexiones de Amador Palacios sobre temas de Actualidad Social y Tecnológica; otras opiniones diferentes a la mía son bienvenidas

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