Mientras el debate público se centra en la inteligencia artificial y los algoritmos que transforman nuestro mundo digital, una revolución más silenciosa, pero igualmente contundente, está ocurriendo en el plano físico. Las fábricas del mundo están inmersas en una carrera sin precedentes por la automatización. Lejos de detenerse, la producción industrial global se acelera, y el barómetro más fiable de esta evolución es la instalación masiva de robots.

Cada año, la Federación Internacional de Robótica (IFR) publica su informe anual, una especie de chequeo médico de la salud industrial del planeta. Y los resultados del último informe son claros: la «fiebre del robot» está en su apogeo. Instalar robots ya no es una opción, sino una condición indispensable para la supervivencia y la competitividad en el mercado global.

Tradicionalmente, el sector del automóvil ha sido la punta de lanza de la automatización. La competencia es tan feroz que la eficiencia y la precisión robótica son el estándar desde hace décadas. En Europa, esta tendencia no solo se mantiene, sino que se acelera. Durante el último año, se instalaron aproximadamente 23.000 nuevos robots solo en la industria automotriz europea. Como se puede observar en la gráfica adjunta, esta cifra demuestra un compromiso sostenido por mantener la delantera tecnológica.

Para ponerlo en perspectiva, su competidor directo, Estados Unidos, instaló en el mismo sector unos 19.200 robots. Las cifras son un claro indicador de que las grandes potencias industriales saben que el futuro de la manufactura se escribe con código y se ejecuta con brazos de acero.

Sin embargo, para entender la verdadera profundidad de esta transformación, hay que mirar más allá de los números absolutos. Una de las métricas más reveladoras es la densidad de robots: el número de unidades instaladas por cada 10.000 trabajadores. Y aquí es donde las sorpresas aparecen.

A la cabeza de esta métrica no se encuentra una superpotencia industrial tradicional, sino Suiza, con la asombrosa cifra de 3.876 robots por cada 10.000 empleados en sus fábricas. Este dato explica cómo un país con costes laborales notoriamente altos puede mantener una industria exportadora de altísimo valor añadido. Su secreto no es otro que una hiperautomatización en sectores clave como la relojería, la farmacéutica o la maquinaria de precisión.

En comparación, un gigante como Alemania, aunque es uno de los cinco mayores productores de robots del mundo (casi el 30% de los robots instalados en Europa son de origen alemán), presenta una densidad de 1.492 robots. Esto no indica debilidad, sino una estructura industrial diferente, pero pone de relieve el extraordinario nivel de especialización y automatización del tejido industrial suizo.

El dragón despierta: La imparable ascensión de China. No obstante, toda esta panorámica queda incompleta si no giramos nuestra vista hacia Asia. Lo que está ocurriendo en China no es una simple mejora, es un cambio de paradigma a escala planetaria.

Según datos de la IFR, en solo diez años, la demanda de robots industriales en China ha pasado de representar el 20% del total mundial a superar el 50%. Pero el dato más disruptivo es que una porción cada vez mayor de esos robots ya no son importados de Alemania o Japón, sino que son diseñados y fabricados en la propia China.

Pekín ha entendido que su papel como «la fábrica del mundo» no puede depender indefinidamente de la mano de obra barata. La competitividad futura reside en la tecnología. En marzo de 2025, el gobierno anunció un plan de inversión colosal de 137 billones de dólares destinado a la robótica, la innovación y la inteligencia artificial. El objetivo es claro: liderar la próxima revolución industrial.

Esta estrategia ya está dando frutos visibles para cualquier consumidor. Solo hay que ver las noticias y mirar las carreteras. La irrupción de vehículos eléctricos chinos de última generación, que compiten en calidad, tecnología y precio con las marcas europeas y norteamericanas, no es una casualidad. Es el resultado directo de una política industrial agresiva, basada en fábricas ultra-automatizadas que permiten una producción masiva, rápida y de alta calidad.

La evidencia es abrumadora. La competitividad ya no se mide solo en aranceles o acuerdos comerciales, sino en la velocidad con la que una economía es capaz de integrar la automatización avanzada en su núcleo productivo. China no solo ha despertado, sino que corre a una velocidad vertiginosa.

Quizás, en Occidente, nos hemos dormido en los laureles de nuestra tradición industrial. La discusión no debería ser «robots contra empleos», sino «automatización para la competitividad». Reaccionar con lentitud o complacencia es un lujo que ya no podemos permitirnos. La marcha silenciosa de estos ejércitos de acero está redibujando el mapa económico mundial, y si no aceleramos el paso, corremos el riesgo de pagar una factura muy cara en el futuro cercano.

Se puede ver un vídeo de la presentación de IFR en: https://youtu.be/fYFdK8UqYoU

Amador Palacios

Por Amador Palacios

Reflexiones de Amador Palacios sobre temas de Actualidad Social y Tecnológica; otras opiniones diferentes a la mía son bienvenidas

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