De vez en cuando, noticias como la del multimillonario Bryan Johnson me hacen reflexionar. Su obsesión por la longevidad, su incansable búsqueda de la inmortalidad, su inversión en todo tipo de tratamientos y rutinas para mantener su cuerpo en óptimas condiciones, me ha puesto a pensar sobre un tema que, si bien no es nuevo, cobra nueva actualidad con cada avance científico.

El señor Johnson, de 47 años, es un personaje conocido en los círculos de la longevidad. Su fama, más allá de sus negocios, radica en su explícito objetivo: superar los límites de la esperanza de vida humana. Y, sinceramente, no es el único. Muchos se dedican a la búsqueda de la eterna juventud, a frenar el inevitable reloj biológico. Pero, ¿es esto verdaderamente positivo?

La longevidad, en sí misma, no es negativa. Es un tesoro, si se vive con calidad y propósito. La medicina, la tecnología y la investigación han incrementado nuestra esperanza de vida de maneras inimaginables hace tan sólo unas décadas. Esto representa un avance innegable, un regalo para la humanidad. Pero, ¿qué pasa cuando esa búsqueda se torna en una obsesión? ¿Cuándo la vida se convierte en una carrera contra el reloj, un desafío por alargar la existencia más allá de su verdadero sentido?

La diferencia, para mí, radica en el concepto de «vivir». Estar con vida no es sinónimo de vivir. Vivir implica experiencias, aprendizajes, conexiones, momentos de felicidad y de tristeza, de plenitud y de vacío. Vivir es experimentar la gama completa de emociones humanas, no sólo la extensión de nuestro tiempo en este planeta.

Entiendo la fascinación por la ciencia, la medicina, la tecnología. Comprender los avances en la investigación que nos permiten entender mejor nuestro cuerpo y retardar los procesos de envejecimiento. Pero, ¿hasta qué punto es necesario llevar esa búsqueda a un extremo? ¿Hasta qué punto se debe sacrificar la vivencia en pro de una mera existencia prolongada?

La pregunta, en mi opinión, no es si podemos vivir más. La pregunta crucial es: ¿cómo podemos vivir mejor?

Bryan Johnson, y muchos como él, están, sin duda, comprometidos con su salud física. Pero, ¿a qué precio? ¿Qué es lo que pierden en el camino para prolongar su existencia? ¿Acaso el tiempo no es un bien finito y limitado que debemos aprender a valorar en lugar de luchar contra él?

Mi preocupación no radica en cuestionar la elección de alguien por cuidar su salud. Mi inquietud, y la reflexión que deseo compartir, se centra en la obsesión misma. En la necesidad imperiosa de trascender el ciclo natural de la vida, de negar la inevitable muerte. Es una tentación comprensible, pero una tentación que, en mi opinión, no nos permite apreciar verdaderamente el tesoro que representa la propia existencia.

¿Qué podemos aprender del enfoque de Bryan Johnson, y de otros que comparten su visión? Sin duda, debemos tomar lecciones de su perseverancia en la salud y su dedicación al estudio y la investigación. Pero quizá, lo más importante, es recordar que lo importante no es el cuánto, sino el cómo.

Lo importante no es cuántos años vivimos, sino la calidad de esos años. Es la riqueza de nuestras experiencias, la profundidad de nuestras conexiones, la intensidad de nuestros sentimientos, lo que nos permite decir que hemos vivido. Vivir es un arte, y como todo arte, requiere de la sensibilidad y la apreciación por cada momento.

En definitiva, el respeto a las decisiones personales es fundamental, pero la reflexión sobre la naturaleza de la vida y la muerte es esencial. La vida no es una carrera de resistencia, es un viaje que debemos saborear cada instante. Y la inmortalidad, quizás, no sea más que una ilusión, un engaño.

Lo realmente inmortal es el impacto que dejamos en el mundo, la huella que grabamos en la memoria de los que amamos. Y eso, queridos amigos, no tiene nada que ver con la duración, sino con la intensidad. Y esa intensidad solo se puede encontrar en la vida.

¿Y vosotros que pensáis al respecto?

Amador Palacios

Por Amador Palacios

Reflexiones de Amador Palacios sobre temas de Actualidad Social y Tecnológica; otras opiniones diferentes a la mía son bienvenidas

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

es_ESES
Desde la terraza de Amador
Resumen de privacidad

Esta web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.