Waymo, la filial de Alphabet especializada en conducción autónoma, ha consolidado su posición como el líder indiscutible del sector de los robotaxis en Estados Unidos. Tras la abrupta retirada de Cruise del mercado por problemas de seguridad y relaciones públicas, Waymo ha quedado como la única gran empresa con operaciones significativas en varias ciudades estadounidenses.
Con una flota activa de 1.500 vehículos repartidos entre San Francisco, Phoenix, Los Ángeles y Austin, Waymo está haciendo historia. Y va a por más: ya ha anunciado la adquisición de 2.000 nuevos coches autónomos, con la vista puesta en nuevas ciudades.
Este despliegue es impresionante. Ha conseguido lo que durante años fue solo una promesa tecnológica: taxis sin conductor que recorren calles reales, con pasajeros reales y cobrando por ello. En San Francisco, por ejemplo, esta empresa ya representa el 27% de los trayectos de transporte bajo demanda, solo por detrás de Uber (con el 50%). Cada semana realiza miles de recorridos pagados, y no es raro que los visitantes de la ciudad incluyan un viaje en uno de estos vehículos como parte de su experiencia turística.
Waymo ha demostrado una excelencia tecnológica incuestionable. Los usuarios destacan con frecuencia la suavidad de la conducción, la ausencia de frenazos o aceleraciones bruscas, y el buen estado de los vehículos. Además, la compañía presume de un historial de seguridad muy sólido, algo que no pueden decir todas las iniciativas de conducción autónoma que han intentado lanzarse al mercado.
Pero este liderazgo tecnológico no se traduce automáticamente en rentabilidad. Y ahí radica el principal problema: Waymo sigue perdiendo dinero, y mucho. En el primer trimestre de 2025, la empresa reportó 1.200 millones de dólares en pérdidas, una cifra preocupante para una unidad que, en teoría, debería estar comenzando a consolidar su negocio.
La causa es relativamente sencilla de entender: cada coche autónomo cuesta alrededor de 100.000 dólares, entre sensores, software y hardware especializado. Y aunque estos vehículos trabajan muchas horas al día y realizan trayectos que generan ingresos, el precio de cada viaje está alineado con la competencia, como Uber o Lyft, que no tienen los mismos costes fijos ni de mantenimiento.

Para que el negocio funcione, harían falta tres cosas:
. Más coches en operación (para amortizar más rápido la inversión).
. Reducción del coste de los vehículos.
. Reducción de los costes de mantenimiento y operación.
Waymo parece tener claro este diagnóstico. Alphabet ha firmado no hace mucho un acuerdo con un fabricante chino de coches eléctricos, con el objetivo de lanzar al mercado un nuevo modelo de robotaxi más económico y eficiente. Sin embargo, estos vehículos todavía no están en circulación y no hay una fecha clara para su despliegue.
Waymo está en una posición envidiable, pero también vulnerable. Ser pionero en un mercado completamente nuevo tiene ventajas: reconocimiento, experiencia, posicionamiento. Pero también implica asumir todos los costes del desarrollo, la regulación, la educación del usuario y la construcción de la infraestructura técnica y social necesaria para que el negocio funcione.
Hoy Waymo está sola en la cima en USA ( que no en el mundo ), pero eso puede cambiar rápidamente. Un nuevo competidor —por ejemplo, una startup china con acceso a hardware más barato y tecnología ágil— podría aparecer en el corto plazo. Y, como ha ocurrido en otras industrias tecnológicas, el liderazgo temprano no garantiza la supervivencia.
Waymo tiene ciertas ventajas: sus años de experiencia, su reputación en seguridad, y la enorme red de datos que ha construido. Pero todo eso tiene que traducirse pronto en un modelo sostenible, porque Alphabet, por muy gigante que sea, no puede seguir absorbiendo miles de millones de dólares en pérdidas indefinidamente.
El caso Waymo es fascinante porque simboliza tanto el éxito como los límites de la innovación tecnológica. Por un lado, lo han logrado: coches que se conducen solos, que cumplen con las normas, que transportan a personas sin accidentes graves, y que ofrecen una experiencia cómoda y futurista. Por otro lado, siguen sin demostrar que eso pueda transformarse en un negocio rentable.
Quizá dentro de unos años miremos atrás y veamos a esta empresa como la pionera que abrió el camino para un nuevo estándar de movilidad urbana. O tal vez será otro caso más de gran innovación que llegó demasiado pronto y fue superada por una solución más barata y más simple.
Lo que está claro es que crear un nuevo mercado desde cero no es tarea fácil, ni siquiera cuando tienes el respaldo de una de las empresas más poderosas del mundo. El futuro de los taxis autónomos está en juego, y aunque hoy Waymo lidera, su permanencia está lejos de estar asegurada.
Pero hay que reconocer sus méritos, y les deseo lo mejor. Creo que se lo merecen.