En el bombardeo constante de noticias sobre récords de temperatura y fenómenos meteorológicos extremos, encontrar un titular que inspire optimismo en la lucha contra el cambio climático es como encontrar un oasis en el desierto. Hace no mucho encontré uno y viene de un lugar inesperado: el corazón de la primera Revolución Industrial.
El Reino Unido, la nación que en su día cubrió el mundo de humo de carbón, acaba de anunciar un hito histórico. Según el último informe de su Comité de Cambio Climático (CCC), el país ha reducido sus emisiones de gases de efecto invernadero en un 50,4% desde los niveles de 1990. Parece que han cruzado el ecuador en el camino hacia el cero neto.
Esta no es una cifra trivial. Representa un recorte rápido y profundo que puede servir de estímulo a otras grandes economías. El informe es exhaustivo, abarcando la producción de energía, la industria pesada, el transporte, la agricultura y la aviación nacional. Es, en definitiva, una prueba tangible de que la descarbonización a gran escala no es una utopía, sino una realidad alcanzable.
El secreto del éxito: apagar el carbón y encender el viento. Así es como lo han logrado. La victoria más contundente se ha librado en el sector energético. El Reino Unido ha llevado a cabo una transición modélica, cerrando sus envejecidas y contaminantes centrales de carbón para reemplazarlas por un robusto sistema de energías renovables, especialmente la eólica marina, donde son líderes mundiales.
La buena noticia tiene un doble fondo: esta transición no solo es buena para el planeta, sino también para el bolsillo. Las renovables son ya la forma más barata de generar electricidad. Como señalan muchos expertos, los ciudadanos deberían empezar a notar este ahorro en sus facturas de la luz. La sostenibilidad, por fin, se podría alinear con la economía doméstica.
Sin embargo, aquí es donde la historia se complica. Alcanzar el primer 50% ha sido, en perspectiva, la parte «sencilla». El gobierno británico se ha fijado el ambicioso objetivo de reducir las emisiones en un 81% para 2035. Para lograrlo, debe enfrentarse a los gigantes de la contaminación: los sectores difíciles de descarbonizar.

Hablamos entre otros de la aviación, cuyas emisiones siguen creciendo; de la industria pesada como el cemento y el acero; o de la calefacción de millones de hogares que aún dependen del gas. Estos retos requieren no solo tecnología innovadora, sino una voluntad política de hierro.
Y es aquí donde surgen las dudas. Un ejemplo perfecto es el coche eléctrico. Aunque el Reino Unido ya cuenta con más de 1,5 millones de vehículos eléctricos en sus carreteras —una cifra notable, muy superior a la de países como España—, el gobierno ha generado controversia al retrasar la prohibición de venta de coches nuevos de combustión de 2030 a 2035. Esta aparente concesión a la industria automotriz tradicional creo que es un error estratégico de manual.
No frena la transición global; simplemente cede el liderazgo y los beneficios a los fabricantes, principalmente chinos, que ya dominan el mercado del vehículo eléctrico con una oferta cada vez más competitiva. Europa, en general, se ha quedado peligrosamente rezagada en esta carrera, y podría pagarlo muy caro.
Para ser completamente honestos, hay una advertencia en la letra pequeña del informe del CCC. Sus cifras no incluyen las «emisiones importadas»: aquellas generadas en otros países para fabricar los bienes y productos que los británicos consumen. El móvil fabricado en Asia o la ropa producida en el sudeste asiático tienen una huella de carbono que no aparece en esta contabilidad nacional. Es un recordatorio de que la lucha climática es global o no será.
A pesar de todo, la noticia del Reino Unido es un motivo de celebración y una lección vital. Demuestra que, con políticas decididas y una apuesta firme por la tecnología limpia, es posible cambiar el rumbo. El camino recorrido es impresionante, pero el verdadero desafío empieza ahora. La complacencia es el mayor enemigo en la segunda mitad de esta maratón climática.
Lo cual no es óbice para que durante unos minutos, solo unos minutos, nos relajemos un poco. Pero sabiendo que estamos inmersos en una maratón muy, muy larga.