Diez años han pasado desde que, en 2015, el mundo celebró con entusiasmo el Acuerdo de París, aquel pacto histórico que prometía mantener el calentamiento global por debajo de los 1,5 °C. Una década después, Brasil ha acogido la COP30, y la realidad es incómoda: ese límite que debía ser una línea roja ya lo hemos cruzado. Y lo más preocupante es que, pese a las advertencias científicas y a los eventos climáticos extremos que vivimos cada año, seguimos avanzando por el mismo camino.

Las cumbres del clima de la ONU, las conocidas COP, están construidas sobre una idea tan loable como complicada: conseguir que casi 200 países, con intereses muy distintos, se pongan de acuerdo en un plan común para frenar la crisis climática. Sobre el papel suena razonable. En la práctica, es un rompecabezas casi imposible.

Hay países cuya economía depende del petróleo y no quieren renunciar a él. Otros, grandes emisores, tienen capacidad para transformar su sistema energético… pero avanzan demasiado lentos. Y luego están los más vulnerables: naciones pobres que apenas han contribuido al problema pero sufren inundaciones, huracanes, sequías y la subida del nivel del mar.

Los países más afectados reclaman algo simple: ayuda económica para adaptarse y sobrevivir a los efectos del cambio climático. Pero una cosa son las promesas diplomáticas y otra muy distinta es la realidad: la mayor parte de las ayudas no llegan, llegan tarde o llegan en forma de préstamos, que aumentan la deuda de países que ya están al límite.

Este desequilibrio hace que cada COP se parezca demasiado a la anterior. Discursos solemnes, declaraciones de intenciones… y un texto final que sirve para “salir del paso”, sin compromisos claros ni obligatorios. Y Brasil no ha sido la excepción.

En esta edición quedó más claro que nunca que existen dos bloques irreconciliables:

. Los países que quieren mantener la producción y el consumo de combustibles fósiles.

. Los países que piden una transición real, rápida y justa.

La tensión es tal que cualquier acuerdo profundo se vuelve casi imposible. Y cuando no hay consenso, el resultado es un documento final ambiguo, lleno de matices, con verbos como “invitar”, “promover” o “explorar”, pero sin decisiones reales que cambien el rumbo del planeta.

¿Sirven estas reuniones? La pregunta es incómoda, pero necesaria. Las COP nacieron para coordinar esfuerzos globales, pero el mundo ha cambiado más rápido que ellas. Las emisiones siguen creciendo, la temperatura sube, y los eventos extremos se multiplican.

Con tantos intereses enfrentados, ¿puede una negociación así ofrecer soluciones efectivas? Cada año parece más evidente que cada país acaba haciendo lo que más le conviene.

Y, aun así, hay una realidad importante: los países que están apostando seriamente por energías renovables, eficiencia energética y políticas sostenibles no lo hacen solo por ética, sino por estrategia. La industria del futuro será limpia, digital y eficiente. Quien no se adapte, o tarde más tiempo, perderá competitividad.

La transición energética ya está en marcha, con o sin acuerdos globales. Algunos países lo están entendiendo: invierten en baterías, hidrógeno, electrificación, agricultura regenerativa, movilidad sostenible. Otros siguen retrasando cambios que tarde o temprano serán inevitables.

El riesgo es claro: dentro de unos años, quienes no hayan hecho los deberes descubrirán que sus industrias contaminantes serán más caras, menos eficientes y menos atractivas para los mercados internacionales.

La COP30 nos deja una sensación amarga: diez años después de París, hemos avanzado, sí, pero muy poco en comparación con la urgencia del problema. Las negociaciones globales se han convertido en un baile diplomático que refleja más los intereses de cada país que las necesidades del planeta.

La buena noticia es que aún estamos a tiempo. La mala es que ya no podemos esperar a que todos se pongan de acuerdo. El futuro —económico, social y ambiental— se lo está trabajando cada uno. Y quienes actúen hoy serán los que lideren mañana.

Amador Palacios

Por Amador Palacios

Reflexiones de Amador Palacios sobre temas de Actualidad Social y Tecnológica; otras opiniones diferentes a la mía son bienvenidas

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