Vivimos un momento de efervescencia tecnológica en el sector de la aviación, y una de las áreas más prometedoras —aunque también más desafiantes— es la de los pequeños aviones eléctricos. El sueño de volar en una aeronave silenciosa, libre de emisiones y capaz de despegar desde el centro de una ciudad está más vivo que nunca. Sin embargo, entre el entusiasmo mediático y la dura realidad técnica y regulatoria, hay una distancia que no conviene subestimar.
Actualmente, decenas de empresas en todo el mundo están trabajando activamente para desarrollar aeronaves eléctricas de pequeño tamaño, generalmente con capacidad para entre 1 y 5 pasajeros. Muchas de ellas proponen modelos eVTOL (electric Vertical Take-Off and Landing), es decir, vehículos capaces de despegar y aterrizar verticalmente como un helicóptero, pero volar horizontalmente como un avión. Esto las posiciona como candidatas ideales para ofrecer servicios rápidos de transporte urbano e interurbano, especialmente entre ciudades y aeropuertos. Pero convertir esa visión en realidad no es tan simple.
Entre este nutrido ecosistema de startups y compañías aeroespaciales, Joby Aviation y Archer Aviation, ambas estadounidenses, destacan por estar en mi opinión algo más avanzadas en su camino hacia la certificación.
Joby Aviation, con su aeronave capaz de transportar a un piloto y cuatro pasajeros, ya ha comenzado las pruebas en coordinación con la Administración Federal de Aviación (FAA). Se han realizado vuelos exitosos y la empresa ha logrado acuerdos estratégicos con actores clave del sector, como Delta Airlines. Su objetivo es ofrecer servicios de taxi aéreo urbano en los próximos años.
Archer Aviation, por su parte, ha mostrado progresos similares. Su modelo, también para 5 ocupantes y con capacidad eVTOL, ha realizado ya varios vuelos de prueba. Recientemente, la empresa publicó un vídeo (https://youtu.be/gmz5yjmeZQ8)
donde se observa su aeronave despegando desde una pista para probar su tren de aterrizaje. Archer aspira a comenzar operaciones en eventos como los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 2028. Un plan ambicioso, aunque tal vez optimista de más.

A pesar de estos avances, todas estas empresas enfrentan dos limitaciones principales:
. La capacidad de las baterías:
La tecnología de almacenamiento energético aún no permite autonomías demasiado amplias sin comprometer peso y seguridad. Aunque se han logrado avances significativos, el balance entre autonomía, capacidad de carga y fiabilidad sigue siendo una barrera tecnológica clave. Recordemos que, a diferencia de un coche, un avión no puede “quedarse sin batería” a mitad de camino.
. El proceso de certificación aeronáutica:
La FAA impone estándares rigurosos —y con razón— para cualquier vehículo que aspire a transportar pasajeros. La certificación de un nuevo avión, incluso de empresas experimentadas, puede llevar de 5 a 10 años. Y aquí estamos hablando de startups con tecnologías inéditas y diseños no convencionales. La FAA no solo debe certificar que el avión vuela, sino que puede hacerlo con total seguridad, repetidamente y en condiciones diversas.
Es por eso que, aunque vemos prototipos en el aire y titulares optimistas en los medios, el camino hacia un servicio comercial regular está lejos de estar completamente despejado.
Muchas de estas empresas, al estar en etapas aún tempranas de desarrollo, dependen fuertemente de rondas de financiación para sobrevivir y avanzar. Eso genera una presión comunicativa importante: deben transmitir mensajes positivos, mostrar progresos constantes y dar a entender que la llegada al mercado está a la vuelta de la esquina.
El problema es que esa narrativa, necesaria para atraer inversores, puede desdibujar la percepción pública. Algunos anuncios pecan de exceso de entusiasmo, e incluso dentro de las propias empresas hay quien llega a creer que la llegada comercial está más cerca de lo que realmente permiten los plazos regulatorios y tecnológicos. Es un fenómeno común en sectores emergentes, y la aviación eléctrica no es la excepción.
Un futuro real… pero no inmediato
¿Significa esto que los pequeños aviones eléctricos son una fantasía? En absoluto. Las inversiones, los avances técnicos y el interés institucional están ahí, y hay razones legítimas para el optimismo. La electrificación aérea es un paso necesario para reducir emisiones, descongestionar infraestructuras terrestres y acercar la movilidad del futuro.
Pero también es fundamental mantener los pies en la tierra. La seguridad en la aviación no admite atajos, y cada nuevo avance debe pasar por un proceso meticuloso de validación técnica y normativa. Eso lleva tiempo. Y mucho.
Así que, aunque es probable que en la próxima década veamos los primeros servicios comerciales limitados de aviones eléctricos, hablar de una adopción masiva para 2028 o incluso 2030 es, cuanto menos, prematuro.
Mientras tanto, como divulgador —y como persona que, honestamente, estaría encantado de volar en uno de estos aparatos algún día—, prefiero observar el proceso con cautela, sin dejarme llevar por el marketing, pero sin restar mérito a lo que se está logrando.
Estamos ante el inicio de una revolución aérea. Solo que, como toda revolución tecnológica seria, va por fases… y aún estamos en la primera.