El próximo mes de noviembre de 2025, la ciudad amazónica de Belém do Pará, en Brasil, acogerá la COP30, la Conferencia de las Partes sobre el Cambio Climático. Será un evento cargado de simbolismo: por primera vez, una cumbre climática de esta magnitud se celebrará en plena Amazonía, el mayor sumidero de carbono terrestre del planeta y, paradójicamente, también uno de los lugares más amenazados por la deforestación, los incendios y la minería ilegal.

Sin embargo, más allá del simbolismo geográfico, si algo no cambia en los próximos meses, todo apunta a que la COP30 será más de lo mismo: discursos ambiciosos, fotos oficiales, promesas a futuro… y muy pocas acciones concretas.

En teoría, la COP29 celebrada en Dubái dejó algunos compromisos importantes. Se habló de «transición energética», de «abandonar progresivamente los combustibles fósiles», y se volvió a prometer apoyo económico a los países más vulnerables al cambio climático. Pero como ocurre con demasiada frecuencia en este tipo de cumbres, los titulares se disuelven al poco tiempo. El dinero prometido no ha llegado, y las acciones no se concretan.

Una prueba de ello es la reciente reunión preparatoria celebrada en Bonn (junio 2025), donde se esperaba afinar los acuerdos técnicos y generar consenso de cara a la COP30. Las conclusiones, sin embargo, han sido más que decepcionantes: estancamiento en las negociaciones, falta de ambición y ausencia de liderazgo político.

Uno de los elementos clave del Acuerdo de París son los NDC’s (Contribuciones Determinadas a Nivel Nacional), es decir, los planes que cada país debe presentar para reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero. Son la base sobre la que se construyen los compromisos internacionales. Sin embargo, a día de hoy, muchos países ni siquiera han actualizado sus NDCs, o lo han hecho sin datos verificables ni metas vinculantes.

Cuando no hay un plan claro y gestionable, lo habitual es que se produzcan serias desviaciones respecto a los objetivos climáticos. Y eso es exactamente lo que está ocurriendo: las emisiones globales no descienden como deberían, la temperatura media sigue subiendo, y los eventos climáticos extremos se intensifican año tras año.

Otro punto crítico es el financiamiento climático. En cada COP se reitera el compromiso de movilizar 100.000 millones de dólares anuales para ayudar a los países más pobres a adaptarse al cambio climático y mitigar sus efectos. Ese fondo, comprometido desde 2009, nunca ha llegado por completo.

Lo más preocupante es que, más allá del incumplimiento económico, no hay un calendario claro ni mecanismos de transparencia para asegurar que el dinero llegue, ni cómo se va a distribuir. Esta falta de apoyo no solo es injusta, sino profundamente contraproducente: si los países en desarrollo no pueden adaptarse, el problema climático se agravará a escala global.

Mientras tanto, el planeta arde (literalmente). El año 2024 ya fue el más cálido desde que existen registros. Y 2025 no va por otro camino. En lo que va del año, varias regiones del planeta han sufrido olas de calor sin precedentes, con temperaturas que han superado los 50 °C en partes del sur de Asia y del norte de África. Europa y América Latina también han vivido eventos extremos, incluyendo sequías severas, incendios forestales masivos y récords históricos de temperatura en primavera.

Los científicos del IPCC lo han dejado claro: cada fracción de grado cuenta, y si no se toman medidas drásticas de inmediato, superaremos los 1,5 °C de aumento global promedio mucho antes de 2035. Las consecuencias son ya visibles y no son reversibles a corto plazo.

El gran problema es que, mientras el planeta clama por soluciones, los países siguen enredados en una dinámica de reproches mutuos. «Si China no reduce más, ¿por qué debería hacerlo Europa?». «Si Estados Unidos sigue subvencionando petróleo, ¿por qué África debe dejar el gas?». El juego geopolítico del “y tú más” lleva décadas bloqueando los avances reales. Es infantil, es cínico, y es profundamente irresponsable.

Y lo más doloroso es que la ciudadanía, en general, también parece haber entrado en una especie de letargo climático. Sabemos que el problema existe, lo vemos y lo sufrimos, pero seguimos actuando como si fuera algo que “aún se puede dejar para después”.

¿Podemos hacer algo? Sí, aunque suene a cliché, la presión social, la información y la acción local siguen siendo herramientas poderosas. Los cambios reales no solo vendrán desde los grandes gobiernos, sino desde ciudades, empresas, comunidades y personas que decidan actuar ahora, sin esperar la próxima COP.

Conclusión: entre la esperanza y el cansancio

La COP30 debería ser histórica. Debería ser el momento en que los países se comprometan de forma seria con el abandono de los combustibles fósiles, con el cumplimiento de los NDC’s, y con el financiamiento climático prometido. Pero si seguimos el guión habitual, será otra oportunidad perdida.

Y mientras tanto, el reloj climático no se detiene. Tal vez algún día miremos atrás y nos preguntemos: ¿por qué fuimos tan estúpidos y cortoplacistas?

¿Y tú qué opinas? ¿Crees que todavía estamos a tiempo de cambiar el rumbo?

Amador Palacios

Por Amador Palacios

Reflexiones de Amador Palacios sobre temas de Actualidad Social y Tecnológica; otras opiniones diferentes a la mía son bienvenidas

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