En los últimos años estamos asistiendo a una auténtica carrera tecnológica por las gafas inteligentes. La promesa es clara: interactuar con el mundo digital sin tener que sacar el móvil del bolsillo. Una idea atractiva, casi de ciencia ficción, pero que todavía no termina de cuajar en la vida diaria de la mayoría.

Las grandes tecnológicas lo saben: el móvil es el rey. Todos lo llevamos encima y, aunque muchos fabricantes sueñan con jubilarlo, hasta ahora ningún dispositivo ha conseguido estar a su altura. Las gafas pueden parecer el candidato natural, pero la realidad es más complicada.

Si las gafas inteligentes tienen algo a su favor, es la posibilidad de mostrar información directamente en la lente, sin necesidad de mirar una pantalla en la mano. Un mensaje, la traducción en tiempo real, el mapa de la ciudad que visitas… Todo al alcance de la vista, de manera fluida y natural.

Esa capacidad de integrar lo digital con lo físico es, sin duda, su mayor baza. Nos libera de la dependencia del móvil, al menos en teoría. Pero la práctica todavía no alcanza la visión futurista que muchos nos venden.

El gran obstáculo: potencia y batería. Aquí está el verdadero problema. Nos hemos acostumbrado a que el móvil sea un superordenador de bolsillo, con pantallas brillantes, cámaras de altísima calidad y baterías que, aunque se nos hagan cortas, duran varias horas de uso intensivo.

Trasladar esa experiencia a unas gafas ligeras y cómodas es un reto enorme. Para lograrlo, la mayoría de modelos actuales dependen del móvil, al que se conectan como si fuera el computador de a bordo. En otras palabras: las gafas no son aún un sustituto, sino un accesorio.

De todos los intentos, las gafas de Meta en colaboración con Ray-Ban son, hasta la fecha, las que más éxito comercial han tenido. Han conseguido vender 3,5 millones de unidades en apenas dos años, lo cual es impresionante… pero minúsculo si lo comparamos con los cientos de millones de móviles que se han vendido en el mismo periodo.

Ese contraste revela una verdad incómoda: el entusiasmo existe, pero el mercado real sigue siendo de nicho.

La moda de las gafas inteligentes no ha pasado desapercibida para otros gigantes. Google vuelve a intentarlo con sus Pixel Visuals, tras el fracaso de las míticas Google Glass. Y aunque Apple no ha lanzado todavía unas gafas puras, con su Apple Vision Pro ha dejado claro que apuesta fuerte por la realidad mixta, aunque de momento en una gama premium inaccesible para la mayoría.

También resuena el rumor del proyecto conjunto de OpenAI y el diseñador Jony Ive, el mismo que creó el iPhone. Nadie sabe aún qué forma tendrá, ni cuándo llegará, pero el simple hecho de que trabajen en ello despierta expectación.

Todo apunta a que en 2026 y 2027 las gafas inteligentes estarán en plena tendencia. Serán dispositivos de moda, atractivos para quienes quieren probar lo último y no dudan en pagar unos cientos de euros por la novedad.

Sin embargo, una cosa es estar de moda y otra muy distinta ser el sustituto real del móvil. Y esa meta aún parece lejana.

Aquí conviene ser claros: la mayoría de las personas no necesitan gafas inteligentes para su vida diaria. Son útiles, sí, en ciertos escenarios —traducciones, navegación, manos libres … , pero no imprescindibles.

El móvil sigue siendo insustituible: potente, versátil, y con un ecosistema de aplicaciones que cubre cualquier necesidad. Y mientras las gafas no puedan ofrecer lo mismo con autonomía, seguirán siendo un complemento, no un reemplazo.

La historia de la tecnología nos enseña que muchos dispositivos comienzan como curiosidades para entusiastas y terminan siendo parte esencial de la vida diaria. Pasó con el propio smartphone, con los ordenadores personales e incluso con Internet.

¿Podrán las gafas inteligentes recorrer ese mismo camino? Podría ser, pero aún están en la fase de exploración. Para llegar al gran público deberán superar tres retos clave: batería, potencia y precio.

La lucha por las gafas inteligentes es apasionante y refleja la búsqueda constante de un “post-móvil”. Pero, al menos por ahora, lo único claro es que el móvil sigue siendo el centro de nuestra vida digital.

Las gafas inteligentes son un terreno de experimentación, un juguete atractivo para algunos y una promesa a medio plazo. Sin embargo, la idea de que en pocos años sustituirán al móvil es, hoy por hoy, más deseo que realidad.

Quizá dentro de una década miremos atrás y nos sorprenda lo rápido que avanzó todo. O quizá descubramos que las gafas, como tantos otros inventos, nunca lograron desbancar al rey de la tecnología: el smartphone.

Lo que sí es seguro es que en los próximos años veremos lanzamientos, promesas y mucha expectación. Y, aunque yo no las necesite en mi vida diaria, seguiré observando con curiosidad esta batalla tecnológica por conquistar nuestro rostro.

Amador Palacios

Por Amador Palacios

Reflexiones de Amador Palacios sobre temas de Actualidad Social y Tecnológica; otras opiniones diferentes a la mía son bienvenidas

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

es_ESES
Desde la terraza de Amador
Resumen de privacidad

Esta web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.