En el mundo de la Inteligencia Artificial (IA), las noticias suelen llegar a la velocidad de la luz. Sin embargo, hay un proyecto que, a pesar de su enorme potencial disruptivo, ha caído en un silencio tan espeso como inquietante: la alianza entre OpenAI y el legendario diseñador Jony Ive.
A finales de mayo de este año, se confirmó una de las colaboraciones más impactantes de la década: OpenAI y Jony Ive (la mente maestra detrás del diseño del iPhone y otros íconos de Apple) se unirían para crear el dispositivo que sustituiría al smartphone*.
Para sellar el acuerdo, OpenAI adquirió la empresa de diseño de Ive por una cifra monumental: 6.500 millones de dólares. El mercado se paralizó, esperando ansiosamente el próximo gran hito.
Se alimentaron las expectativas con descripciones negativas: no sería un móvil, no tendría pantalla, y tampoco serían unas gafas. Se nos dijo lo que no era, sugiriendo un aparato basado puramente en la interacción de IA por voz y gestos, de un tamaño similar al de un teléfono.

Han pasado cerca de seis meses desde aquel anuncio, y lo único que hemos recibido es el más absoluto de los silencios.
La falta de información por parte de los responsables no resulta positiva. Si bien es habitual que los proyectos de alto secreto guarden hermetismo, algunos foros especializados ya hablan abiertamente de «problemas» generales e incluso, los más osados, especulan con la posible cancelación del proyecto.
La ausencia de un comunicado o alguna explicación, por mínima que sea, alimenta la incertidumbre sobre la viabilidad de un hardware tan ambicioso.
Es importante recordar el contexto financiero de OpenAI. Aunque es la empresa tecnológica más comentada del momento, sigue siendo, esencialmente, una start-up con un apetito de capital insaciable.
Sam Altman, el CEO de OpenAI, ha reconocido que la compañía requiere miles de millones para seguir operando y desarrollando sus modelos de IA. Las proyecciones de posibles beneficios reales se sitúan aún a unos cinco años vista. Mientras tanto, se sostiene gracias a enormes inyecciones de capital, reportando pérdidas multimillonarias cada año.
En este contexto de intensa necesidad de financiación y enfoque en el desarrollo de software (que es su negocio principal), es comprensible que un proyecto de hardware de 6.500 millones de dólares pueda haber quedado relegado a un segundo plano. Quizás, Altman tiene preocupaciones más urgentes que una «pequeña» inversión hecha hace medio año.
El tiempo será el juez final de esta alianza. Solo él nos dirá si el misterioso sustituto del móvil de la mano de la IA y el diseño de Ive verá finalmente la luz, o si quedará como una costosa nota a pie de página en la historia de la Inteligencia Artificial.
Nos toca esperar un poco más.