Cuando pensamos en la lucha contra el cambio climático, la imagen de China suele ser compleja y, a menudo, contradictoria. Por un lado, es innegable que sigue siendo el mayor emisor de gases de efecto invernadero del mundo, un gigante industrial cuya sed de energía parece insaciable. Sin embargo, mirar solo esa cara de la moneda es perderse una de las transformaciones energéticas más espectaculares y aceleradas de la historia de la humanidad. China es, a la vez, el líder indiscutible en la revolución de las energías renovables.
Es crucial entender el contexto. El crecimiento económico de China en las últimas décadas no tiene precedentes. Sacar a cientos de millones de personas de la pobreza y convertirse en «la fábrica del mundo» exige una cantidad colosal de energía. Durante años, el carbón ha sido el pilar de este desarrollo, con consecuencias ambientales evidentes. Sin embargo, los dirigentes del país no solo han reconocido la insostenibilidad de este modelo por el impacto climático global, sino también por los graves problemas de contaminación atmosférica a nivel local que afectan a la salud de sus ciudadanos.
Aquí es donde comienza la revolución silenciosa. En lugar de grandes discursos en foros internacionales, China ha optado por una estrategia de hechos: una acción masiva, planificada y ejecutada con una eficiencia asombrosa. Están trabajando duro, y los números hablan por sí solos.
Los datos más recientes sobre la instalación de energías renovables en China son, sencillamente, apabullantes. Según la Administración Nacional de Energía de China, solo en el año 2023, el país añadió la asombrosa cifra de 216,9 GW de energía solar y 75,9 GW de energía eólica. Para ponerlo en perspectiva, la capacidad solar instalada por China en un solo año supera la capacidad solar total instalada en toda la historia de Estados Unidos.
Y esto sigue creciendo. Por los últimos datos que he visto, entre Enero y Mayo de este año 2025, los chinos han añadido 46 GW de energía eólica y 198 GW de energía solar. Se estima que de media ya están instalando del orden de 100 paneles solares por segundo. Y eso es una cifra importante.
Por primera vez la potencia instalada en China de generación de energía solar ha superado los 1.000 GW, que se aproxima a la mitad de todo lo que se ha instalado en el mundo. Y su aportación sigue creciendo. La transición no es una promesa a futuro; está ocurriendo ahora.

¿Qué impulsa esta transformación? Por un lado, una clara voluntad política. Los planes quinquenales del gobierno chino establecen objetivos ambiciosos y vinculantes para las energías renovables, considerándolas un pilar de seguridad energética y de liderazgo tecnológico. Los dirigentes se han tomado el problema del cambio climático en serio y están actuando con pragmatismo y a una escala monumental.
Por otro lado, existe un potentísimo motor económico. El mercado interno chino de paneles solares y turbinas eólicas es ferozmente competitivo. Decenas de empresas luchan por una cuota de mercado, lo que ha provocado una innovación constante y una reducción de costes drástica. Los márgenes de beneficio son tan ajustados que estas compañías tienen un enorme incentivo para exportar su tecnología y sus productos al resto del mundo.
Este fenómeno tiene una consecuencia global extraordinaria: la tecnología solar y eólica es hoy más barata para todos. La escala de producción china ha contribuido decisivamente a que la energía renovable sea, en muchas partes del mundo, la forma más económica de generar electricidad, acelerando la transición energética a nivel planetario.
Una Lección de Acción Climática. La política energética de China es un fascinante estudio de contrastes. Sigue enfrentando el inmenso reto de descarbonizar su industria pesada, pero su compromiso con la construcción de un nuevo sistema energético basado en fuentes limpias es innegable y digno de reconocimiento.
Personalmente, debo reconocer que me congratulo cuando un país, especialmente uno de la escala e influencia de China, se toma el problema del Cambio Climático con esta seriedad y pragmatismo. Es un recordatorio de que, con voluntad política y capacidad industrial, la transición es posible a una velocidad que antes considerábamos impensable.
Lamento profundamente que no todas las naciones, especialmente las desarrolladas con mayores responsabilidades históricas, estén actuando con una urgencia y una escala similares.
La revolución silenciosa de China demuestra que el futuro energético ya no se escribe solo con carbón y petróleo. Se está escribiendo, a un ritmo vertiginoso, con silicio, viento y, sobre todo, con la determinación de actuar.
Ojalá muchos otros participaran de este espíritu !!