En un mundo obsesionado con la inteligencia artificial, los centros de datos, la transición energética y la movilidad eléctrica, hay un protagonista silencioso sin el cual nada de eso sería posible: el cobre.
Sí, ese metal rojizo, discreto y omnipresente, es la columna vertebral de nuestra infraestructura tecnológica. Desde los cables que alimentan los servidores hasta los motores eléctricos y los transformadores que transportan energía, el cobre está en todas partes. Pero hay una gran pregunta que muy pocos se hacen: ¿de dónde saldrá todo el cobre que necesitaremos en los próximos años?
Según McKinsey, para el año 2031 el mundo necesitará unas 37 millones de toneladas de cobre anuales. Esa cifra es colosal si consideramos que actualmente la producción global ronda los 25 millones.
Y la demanda no viene solo del crecimiento de la electrónica de consumo, sino de la electrificación masiva de la economía: vehículos eléctricos, redes inteligentes, centros de datos y energías renovables.
Para ponerlo en contexto: un gran centro de datos moderno puede llegar a contener hasta 2.000 toneladas de cobre. Cada kilómetro de cableado, cada servidor y cada transformador requieren cantidades enormes de este metal.
La paradoja es evidente: queremos un futuro más verde y digital, pero ese futuro necesita una cantidad inmensa de un recurso que no es infinito.
Hoy, el cobre se obtiene principalmente de minas a cielo abierto. El proceso consiste en triturar el mineral, calentar la roca a temperaturas extremas o tratarla con ácidos para separar el metal. Este método, aunque efectivo, es altamente contaminante y consume grandes cantidades de energía y agua.
Además, los yacimientos ricos en cobre son cada vez más escasos, y la concentración promedio del mineral disminuye. En otras palabras: cada tonelada de cobre requiere procesar más roca, gastar más energía y generar más residuos.
La minería, tal como la conocemos, no se sabe si será capaz de abastecer la demanda futura sin un impacto ambiental inaceptable.

Aquí entra en juego una innovación que parece salida de una novela de ciencia ficción. La empresa Endolith, con sede en Estados Unidos, está desarrollando un método revolucionario para extraer cobre mediante microbios. Si, mediante microbios.
Su propuesta consiste en utilizar bacterias seleccionadas con ayuda de inteligencia artificial (IA), capaces de “comerse” las impurezas del mineral y liberar el cobre de forma más limpia y eficiente.
La idea es brillante: dejar que la biología haga el trabajo pesado que hoy hacen hornos y productos químicos.
Este proceso —conocido como bioextracción o biolixiviación— no es del todo nuevo, pero Endolith lo lleva al siguiente nivel gracias al uso de IA para adaptar los microbios al tipo exacto de roca.
Además, este proceso puede recuperar cobre de materiales con bajo contenido metálico, aquellos que la minería tradicional considera “desechos”. Eso abre una posibilidad inmensa: aprovechar las montañas de residuos mineros acumulados durante décadas.
Si la tecnología de Endolith cumple lo que promete, estaríamos ante una revolución verde en la minería. El proceso requiere menos energía, genera menos residuos tóxicos y se podría reutilizar material descartado.
De confirmarse su escalabilidad industrial, podría cambiar por completo la economía del cobre… y con ella, la del litio, el níquel y otros metales críticos para la transición energética.
Por ahora, no se han publicado cifras concretas sobre la cantidad de cobre que pueden producir ni los costes por tonelada, pero el interés que está despertando en el sector minero y tecnológico es enorme.
Lo más fascinante es cómo la biotecnología y la IA se combinan para resolver un problema tan físico como la minería.
Estamos viendo cómo las herramientas digitales, nacidas en el mundo del software, ahora ayudan a reinventar industrias pesadas, haciéndolas más limpias y eficientes.
Quizás, dentro de pocos años, el cobre que alimenta tu móvil, tu coche eléctrico o los servidores de una IA provenga no de una mina tradicional, sino de un proceso biológico controlado por algoritmos.
La creatividad humana, una vez más, demuestra que la innovación no solo está en el silicio o los chips, sino también en las bacterias.
Vídeo de la CEO de Endolith :