Hace poco leí una entrevista que me dejó perplejo. El periodista Justin Rowlatt de la BBC conversaba en Bruselas con Chris Wright, Secretario de Energía de Estados Unidos, y lo que dijo este alto funcionario no tiene desperdicio. Según él, la energía de fusión nuclear estará lista para alimentar nuestras redes eléctricas en un plazo de entre 8 y 15 años, y con ello desaparecerá la necesidad de acelerar la transición hacia energías renovables como la solar o la eólica.
Un discurso que, dicho con total convicción, suena a promesa tecnológica… pero que raya en la ingenuidad o, peor aún, en la miopía política.
Para entender la magnitud de estas declaraciones hay que recordar algo básico: la fusión nuclear, esa misma que imita el proceso del Sol, no está ni cerca de ser comercialmente viable. Es cierto que en los últimos años hemos presenciado hitos científicos, como los experimentos del NIF en California que lograron breves reacciones de ganancia neta de energía. También proyectos como ITER en Francia avanzan poco a poco.
Sin embargo, la realidad es clara: casi ningún científico serio cree que tendremos reactores de fusión operativos en tan solo una o dos décadas. La mayoría de expertos hablan de varias decenas de años, y algunos más pesimistas se atreven a decir que quizá nunca se logre a escala comercial.
Entonces, ¿cómo justificar que un dirigente de la primera potencia mundial afirme con tanta seguridad lo contrario? Ahí entra en juego lo que podríamos llamar la ceguera política revestida de optimismo tecnológico.

La administración Trump, de la que forma parte Wright, ha mostrado un claro desdén hacia la energía solar y eólica. Una postura que no sorprende si consideramos que buena parte de su electorado y de sus apoyos económicos provienen de la industria fósil.
Pero hay algo más: la energía solar se ha convertido en el campo de batalla geopolítico del siglo XXI. China, que ya es el mayor fabricante mundial de paneles solares, ha apostado fuertemente por esta tecnología, mientras que Europa también ha impulsado su desarrollo.
El resultado es evidente: en la última década, el coste de la energía solar se ha desplomado hasta convertirse en la fuente más barata de generación eléctrica en muchos lugares del mundo. Y lo mismo ocurre con la energía eólica, especialmente la marina.
Ignorar estas realidades para confiar ciegamente en una promesa futurista de la fusión no solo es imprudente, es un error estratégico que hipoteca el futuro energético de un país.
Esta es la trampa del “mañana será mejor”. El argumento de Wright se resume en algo así como: “No necesitamos correr ahora, porque dentro de 15 años todo estará resuelto”. Pero este planteamiento olvida un detalle clave: el cambio climático no espera.
Las emisiones de gases de efecto invernadero siguen aumentando, las olas de calor son cada vez más intensas, y los eventos climáticos extremos cuestan miles de vidas y miles de millones de dólares cada año.
Retrasar la transición hacia energías limpias con la excusa de que en un futuro hipotético llegará una tecnología milagrosa es tan irresponsable como dejar que una casa arda porque dentro de media hora llegará el camión de los bomberos.
Este es un caso de como la política no escucha a la ciencia independiente. La mayoría de los investigadores en fusión nuclear son optimistas, sí, pero también realistas. Reconocen los avances logrados, celebran cada éxito experimental, pero no venden humo. Nadie bien informado se atrevería a prometer que la fusión estará lista para uso comercial en una década y media.
La política, sin embargo, tiene otros tiempos y otras necesidades. Un político puede permitirse lanzar frases grandilocuentes porque sabe que dentro de 15 años probablemente esté en otro cargo, retirado o simplemente fuera del radar. Mientras tanto, sus palabras condicionan decisiones de inversión y estrategias energéticas que afectan a millones de personas.
Pero afortunadamente, no todo es oscuridad. Pese a estas posturas, la ciencia y la innovación no se detienen. En todo el mundo, laboratorios y empresas siguen mejorando tecnologías solares, eólicas, de almacenamiento en baterías y en hidrógeno.
Cada semana aparecen noticias sobre avances que hacen estas energías más baratas, más eficientes y más accesibles. Y sí, también hay progresos en fusión nuclear, pero siempre enmarcados en la honestidad científica: es una carrera de fondo, no un sprint.
Lo que declara Chris Wright no es solo una opinión equivocada, es un reflejo del fanatismo político y la ceguera estratégica de algunos dirigentes norteamericanos. Confiar ciegamente en una promesa tecnológica incierta, mientras se desprecia lo que ya funciona hoy, es una forma de estupidez peligrosa.
Dentro de 15 años, nadie recordará sus palabras. Pero las consecuencias de las decisiones tomadas ahora sí se sentirán: más CO₂ en la atmósfera, más dependencia de combustibles fósiles, más retraso en la lucha contra el cambio climático.
El futuro energético no se construye con ilusiones a corto plazo, sino con decisiones valientes hoy. Y esas decisiones pasan, nos guste o no, por apostar de manera inmediata por todas las energías renovables.