Cada vez se escucha más hablar de los taxis autónomos como si fueran el próximo gran salto en movilidad urbana. Las noticias, los vídeos virales y los anuncios de empresas tecnológicas nos muestran coches sin conductor circulando por ciudades como San Francisco o Shenzhen. Sin embargo, aunque el avance es innegable, la realidad del mercado está bastante lejos del “boom” que muchos predicen.
El panorama actual está liderado por Waymo (filial de Alphabet, matriz de Google) en Estados Unidos, y por varias empresas chinas, destacando Baidu. Son las únicas que han conseguido operar flotas con cierto grado de continuidad en entornos urbanos reales, y el resto de empresas va bastante por detrás de ellas. En ciudades como Phoenix o Beijing, sus vehículos autónomos ya forman parte del tráfico diario, aunque todavía bajo permisos muy limitados.
Se puede ver la foto de abajo

Mientras tanto, Tesla, a pesar de su enorme visibilidad y promesas mediáticas, continúa bastante rezagada en cuanto a autonomía real. Su sistema de «Full Self-Driving» todavía requiere supervisión constante del conductor y ha sido objeto de críticas y advertencias regulatorias. Tesla apuesta por una estrategia diferente: prescindir de sensores como el LIDAR, a diferencia de Waymo y Baidu, que los consideran imprescindibles para una conducción segura.
Para acelerar la expansión, empresas como Waymo han empezado a colaborar con Uber, integrando sus coches autónomos en la app de transporte más popular del mundo. Esto les permite llegar a más usuarios sin necesidad de crear sus propias plataformas de reservas.
En China, el movimiento es similar: varias tecnológicas están alianzándose con plataformas locales, adaptándose rápidamente a un mercado mucho más competitivo y regulado de forma diferente. Uno de los factores más llamativos es que los taxis autónomos de Baidu, según algunos informes, podrían costar solo unos 28.000 dólares por unidad, frente a cifras mucho más elevadas en el caso de Waymo. Aunque hay que tomar ese dato con cautela, la diferencia es significativa, y podría ser clave en el futuro si se da el salto a la exportación masiva.
A pesar de los avances, el gran muro para estos vehículos sigue siendo la regulación. Los permisos para circular suelen ser provisionales, muy localizados y condicionados. Eso hace que las empresas no puedan escalar su modelo de negocio con facilidad, ni recuperar aún la inmensa inversión tecnológica realizada.
Otro punto crítico es la percepción pública. Aunque la idea de subirse a un taxi sin conductor puede parecer futurista, muchas personas aún se sienten inseguras. Es un cambio cultural profundo, que no se resolverá solo con marketing o demostraciones tecnológicas. Harán falta años de convivencia gradual para que los usuarios confíen plenamente en este tipo de transporte.
¿Y el modelo de negocio? Por ahora, ninguna empresa de taxis autónomos gana dinero de verdad. Todas funcionan con inversiones millonarias, subvencionadas por grandes tecnológicas o fondos de capital riesgo. La inversión es a largo plazo, con la esperanza de que, una vez resueltos los obstáculos técnicos y normativos, el modelo sea escalable y rentable. Pero esa rentabilidad está aún muy lejos.
La verdad es que los taxis autónomos existen, funcionan y son prometedores, pero su adopción generalizada no está a la vuelta de la esquina. Las pruebas siguen siendo limitadas, y los retos operativos y financieros siguen pesando.
Los taxis autónomos ya son una realidad tecnológica, pero aún no un negocio sólido. Las grandes empresas que lideran este sector, como Waymo o Baidu, marcan el ritmo, mientras otros como Tesla aún no han cumplido sus promesas. Lo que viene será interesante, pero el futuro de la movilidad autónoma en nuestras ciudades aún está escribiéndose… y no será tan rápido como algunos imaginan.