Vivimos en una era en la que la inteligencia artificial, la computación en la nube y los macrocentros de datos son el corazón del ecosistema digital global. Pero ese corazón, que late con millones de operaciones por segundo, consume cantidades colosales de energía, buena parte de ella todavía de origen fósil. Y aunque las grandes tecnológicas, como Microsoft, Google o Amazon, se comprometieron públicamente hace tiempo a alcanzar la neutralidad de carbono para el año 2030, los datos y los hechos dicen otra cosa.

Lo que está sucediendo es que el despliegue masivo de inteligencia artificial generativa —como los modelos que permiten traducir, crear imágenes, escribir código o responder a preguntas complejas— ha multiplicado el consumo energético de los centros de datos. Estos centros ya eran grandes consumidores, pero ahora se enfrentan a una explosión de demanda sin precedentes.

Y aquí surge el problema: el uso de energías contaminantes también está aumentando. No solo no están cerca de cumplir sus objetivos de sostenibilidad, sino que se están alejando de ellos a medida que el consumo escala.

Frente a este escenario, las grandes tecnológicas han comenzado a echar mano de lo que podríamos llamar “imaginación estratégica”. Es decir, lanzan mensajes cuidadosamente diseñados para dar la impresión de que todo está bajo control y que el futuro será limpio, verde y tecnológico. En realidad, muchas de estas declaraciones se enmarcan dentro de lo que conocemos como greenwashing: aparentar compromiso ambiental mientras se sigue operando de forma intensiva y contaminante.

Un ejemplo claro es el reciente anuncio de Google, que ha firmado un acuerdo con Commonwealth Fusion Systems (CFS), una startup que intenta desarrollar energía de fusión nuclear. Según el comunicado, Google comprará en el futuro 200 MW de energía limpia a esta empresa.

Hasta aquí, todo parece un paso valiente hacia la sostenibilidad. Pero hay un problema: la fusión nuclear aún está a décadas de ser viable comercialmente. Incluso si CFS logra avances significativos (algo que aún está por demostrarse), no está claro cómo llegarán a generar energía comercialmente útil para 2030. El propio Google lo sabe, pero el anuncio le permite alinear su marca con conceptos como “innovación”, “limpieza” y “futuro”, aunque esos conceptos no se concreten en energía real durante al menos dos décadas.

Lo mismo hizo Microsoft hizo hace unos años, con una empresa similar. Y es probable que más tecnológicas sigan este camino: apoyar tecnologías futuristas que todavía no existen a escala comercial, mientras su consumo presente sigue creciendo y contaminando.

Desde el punto de vista comunicacional, estos movimientos son comprensibles. Estas compañías se comprometieron hace años con metas ambiciosas de sostenibilidad, y ahora se ven superadas por la demanda real de energía, impulsada por el crecimiento de la IA y los servicios digitales. Están en una posición incómoda: no quieren admitir que sus objetivos ambientales ya no son realistas, pero tampoco pueden frenar su expansión tecnológica.

Por eso, optan por enviar mensajes “positivos”, esperanzadores, vinculándose con tecnologías limpias que aún están en pañales, como la fusión nuclear. En el fondo, sin mentir descaradamente, tampoco están diciendo la verdad, con lo que en realidad si mienten. Y eso es precisamente lo que define el greenwashing.

Lo primero que deberían hacer es reconocer el problema sin maquillaje. La sociedad digital consume mucha energía, y por ahora, gran parte de esa energía es sucia. No se puede hablar de transformación verde si no se afronta la raíz del problema: cómo alimentar de forma sostenible la infraestructura digital que sostiene nuestras vidas.

También es clave que los reguladores y la ciudadanía presionen para que las empresas tecnológicas no solo firmen compromisos, sino que informen con transparencia, tomen medidas tangibles y apuesten por soluciones reales y de corto plazo, como:

. Invertir en renovables ya disponibles, como solar, eólica o geotérmica.

. Mejorar radicalmente la eficiencia energética de los centros de datos.

. Ubicar nuevos centros en regiones con excedentes de energías limpias.

. Compartir datos verificables sobre consumo y emisiones.

Como conclusión, las grandes tecnológicas están haciendo malabares para sostener su imagen verde mientras sus centros de datos queman más energía que nunca. La fusión nuclear, por muy prometedora que parezca, no es una solución para 2030, sino para mucho más tarde. Apoyar la investigación está bien, pero usarla como excusa para justificar el presente es poco ético y contraproducente.

Estamos ante uno de los mayores retos ambientales del siglo XXI: cómo hacer compatible el crecimiento digital con un planeta habitable. La solución no vendrá de trucos de marketing, sino de decisiones valientes, transparentes y urgentes.

El problema es que de imaginación estamos sobrados, pero de tiempo para reaccionar no tanto.

Amador Palacios

Por Amador Palacios

Reflexiones de Amador Palacios sobre temas de Actualidad Social y Tecnológica; otras opiniones diferentes a la mía son bienvenidas

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