Cada vez que nos maravillamos con los avances de la tecnología en las ciudades inteligentes, deberíamos hacernos una pregunta esencial: ¿estamos ganando comodidad o cediendo libertad? La línea que separa la innovación del control se está volviendo peligrosamente difusa, y ejemplos recientes muestran cómo el progreso mal gestionado puede convertirse en una amenaza directa a nuestra privacidad.

Uno de los casos más inquietantes se está desarrollando en Walnut Creek, una ciudad del área de la bahía de San Francisco, en California. A primera vista, parecería una historia más sobre cómo una ciudad busca mejorar su economía local, atraer visitantes y fomentar el comercio. Pero al mirar con más detenimiento, lo que allí ocurre es motivo de profunda preocupación.

En Walnut Creek, la Cámara de Comercio ha contratado a una empresa especializada para recopilar datos sobre los visitantes de la ciudad. ¿Con qué fin? Según ellos, quieren entender los hábitos de consumo, los recorridos más frecuentes, las tiendas visitadas, los tiempos de permanencia en determinadas zonas, etc. Dicen que es por el bien de la ciudad, por el desarrollo económico, por una mejor planificación del comercio local. Lo cierto, sin embargo, es que están recopilando información de todo aquel que pase más de una hora en la ciudad, valiéndose de torres de comunicación, redes Wi-Fi públicas y otros sistemas tecnológicos de seguimiento.

Este tipo de vigilancia plantea una gran cantidad de preguntas éticas y legales. Aunque las autoridades aseguran que los datos son anónimos —que no incluyen nombres ni direcciones de correo electrónico—, sabemos perfectamente que con el nivel de análisis actual y el cruce de información que se puede hacer entre distintas bases de datos, es perfectamente posible identificar a una persona concreta con una probabilidad altísima.

Lo más preocupante es que esta recopilación masiva de datos se realiza sin el conocimiento explícito ni el consentimiento informado de las personas. No se trata de una aplicación que uno descarga voluntariamente aceptando sus condiciones. No, esto ocurre simplemente por caminar por una ciudad, sin que nadie te pregunte si estás de acuerdo en que analicen tus movimientos y tus decisiones.

¿Es esto aceptable en una sociedad que dice defender la libertad individual? ¿Es válido justificar esta vigilancia con el argumento de que «es por el bien económico de la ciudad»?    Yo creo que no.

Nuestra privacidad no puede ser moneda de cambio. No todo vale en nombre de la eficiencia o el crecimiento. Si aceptamos estas prácticas sin cuestionarlas, pronto será normal que cada paso que demos en un espacio urbano quede registrado, analizado y monetizado. Y eso es un tipo de control que no deberíamos permitir, por mucho que lo disfracen de beneficio colectivo.

Además, este tipo de experimentos sociales nos dejan una enseñanza clara: si sabemos que una ciudad nos vigila de esta forma, siempre podemos optar por no visitarla. El turismo, la economía local y el prestigio de una ciudad dependen, en gran parte, de la percepción que tienen de ella los visitantes. Si los ciudadanos se muestran reacios y los visitantes deciden no regresar, quizás esas mismas autoridades recapaciten sobre los límites éticos de sus decisiones.

Hoy es Walnut Creek. Mañana puede ser tu ciudad. Por eso creo que es fundamental levantar la voz. La tecnología debe estar al servicio de las personas, no al revés. Defender nuestra privacidad no es un capricho nostálgico ni una resistencia al progreso; es una necesidad en un mundo donde cada dato puede ser utilizado como un arma de control.

Porque sí, esta es una forma de control. Y si no ponemos límites ahora, pronto nos encontraremos viviendo en ciudades donde todo está calculado, y cada uno de nosotros se ha convertido en un número más en un tablero de estrategias comerciales.

Y eso, sinceramente, no es el tipo de futuro que deseo.

Amador Palacios

Por Amador Palacios

Reflexiones de Amador Palacios sobre temas de Actualidad Social y Tecnológica; otras opiniones diferentes a la mía son bienvenidas

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